Capitulo 8: EL MERCADER
Era una hermosa mañana, los pájaros cantaban en las copas de los verdes árboles,
el joven sol irradiaba una luz clara que ya empezaba a despertar una cálida
brisa de verano. Kan aspiró
fuerte. Las suaves fragancias del bosque penetraron en su espíritu
despertando ansias de aventuras.
Desde la altura, el Joven Samurái
podía
vislumbrar el poblado. Hoy estaba muy animado, pues era día
de fiesta. Con los reflejos de un experto Samurái, Kan, calculó de forma precisa la distancia hasta la
rama siguiente y saltó.
El joven voló
como una gaviota hasta la rama y sacando una larga cuerda la ató
alrededor del tronco del árbol
para asegurar su posición.
Desde ahí podía ver todavía mejor el pueblo. Miles de personas
venidas de muchos kilómetros
a la redonda se reunían
para comprar, vender y comerciar con todos aquellos que pudieran. Desde la
lejanía
se distinguían
los caballos, los carros de frutas y los grandes puestos de telas. Estos últimos
eran su objetivo. Pretendía
comprar un trozo de tela de la más alta calidad para regalárselo
a la hija de unos de los cocineros del ejército de su padre.
Era una joven sólo un poco mayor que él,
tenía
el pelo más
bonito que nunca había visto.
Era negro como la noche, y cuando el sol se reflejaba en sus largos cabellos
parecía
que cientos de pequeñas
estrellas brillaran resaltando su hermosura.
Un día
antes, mientras comía
con su equipo, Rosana (como había
sabido después
que se llamaba) al servirle la comida le preguntó “¿Quieres más pescado?” y él se quedó embobado mirando su precioso pelo. Todavía
se sentía
avergonzado al recordar cómo
los veinte miembros de su equipo que estaban comiendo con él
se callaron de repente y se quedaron mirándolo
sorprendidos, como si estuvieran esperando que él dijera algo.
La cara de Kan se estaba volviendo a teñir
de rojo igual que se sonrojó
cuando Omius, el primero de sus Samurais le dijo “Vaya vaya! Si parece que nuestro joven
superior está
creciendo!”.
Aquello fue vergonzoso ¡él sólo
estaba contemplando su pelo! ¿Que
tenía
de malo?. Por desgracia la joven se sintió mucho más avergonzada que él y se marchó corriendo mientras lágrimas
de vergüenza
resbalaban por sus mejillas. En la carrera se le resbaló la bandeja de pescado cayéndosele
encima del vestido. En ese momento Kan intentó levantarse, pero Escila, una nueva
Aprendiz que se incorporó
hacía
poco, le detuvo agarrándole
firmemente el brazo y diciéndole
por lo bajo… “No
vayas o la avergonzarás aún más ¿Es
que no sabes nada de mujeres?”.
Kan se sentó inmediatamente. Tenía
12 años
y realmente no sabía
nada de mujeres. Así
que se quedó
quieto, contemplando cómo
la chica del pelo precioso miraba su vestido y replicaba “No!
¡Mi
vestido nuevo! Esta mancha no se quitará nunca!” y poco después desaparecía en dirección al río. El joven Samurái miró entonces interrogativamente a su rubia
compañera,
la cual comprendió su
pregunta y le respondió “La
chica tiene razón,
esa mancha no se quitará
nunca. Ya puede ir comprando una tela para que se cosa un vestido nuevo!”.
Esas palabras se quedaron grabadas en la memoria del
joven. Así
que hoy por la mañana
cogió su
bolsa de dinero y se dirigió
hacia el mercado. Pretendía
comprarle la pieza de tela más
bonita que nunca hubiera existido para pedirle disculpas por haberla
avergonzado tanto con su comportamiento. Kan no quería reconocerlo, pero su corazón
latía
deseoso de volver a contemplar esa bella cabellera negra.
Después
de bajar del árbol,
y caminar unos pocos minutos más,
Kan llegó al
enorme mercado. Este tenía
cubierto todas las callejuelas del pueblo, incluida la gran plaza central, con
tenderetes de mercaderes ofreciendo sus productos a gritos. El barullo, tanto
de voces como de personas, era abrumador. Kan estaba acostumbrado al orden de
su ejército
y este loco ir y venir embotaba sus sentidos… no lo suficiente como para no notar una
ligera mano que intentaba sacar su bolsa de su cinturón.
- ¿Qué
haces? –
Preguntó
Kan dándose
la vuelta y agarrando mejor su bolsa. Al mirar sólo encontró a un pequeño chiquillo, de unos seis años
de edad, cubierto por unos harapos roídos. Su piel, debajo de una gran capa de
barro y suciedad, se había
vuelto blanca como la leche. Su cara contestaba perfectamente la pregunta del
joven Samurái.
Así
que antes de que su interlocutor pudiera contestar añadió… – ¿Por
qué
haces esto?
- Necesito dinero para comer – dijo el niño mirando directamente a Kan con unos ojos
suplicantes – Mi
estómago
me duele y nadie me da de comer – añadió llevándose la mano al estómago
distraídamente
–
Por favor no me haga daño,
no pretendía
quitárselo
todo, sólo
una moneda para poder comer –
Las lágrimas
recorrían
los jóvenes
ojos del pillo. A Kan, su tierno corazón le dolía por la miseria que estaba pasando ese desconocido,
nadie merecía
llevar ese tipo de vida… y
menos aún
un niño
tan pequeño.
- No te preocupes, no te voy a hacer ningún
daño –
Dijo Kan, aunque en la temerosa mirada del joven ladronzuelo vio que sus
palabras no eran creídas.
Kan recordó la
experiencia de las palomas con el viejo sabio e intentó otra estrategia distinta – Te
voy a dar de comer, ya que tienes tanta hambre, elige tú el sitio y pide lo que quieras. –
Los ojos del niño
brillaron de ilusión
ante estas palabras, al ver que su nueva estrategia funcionaba añadió –
Tengo dinero de sobra, así
que come todo lo que quieras.
- Aquí al
lado hay una tasca buenísima… y
muy económico!
–
Dijo el pillastre animado.
- Perfecto! – Respondió Kan – Después de todo yo tampoco he desayunado hoy… se
me ha olvidado! – añadió
rascándose
la cabeza graciosamente.
El joven ladronzuelo se lanzó, casi a la carrera a la tasca seguido por
el joven Samurái
que no deseaba perderlo de vista ni por un segundo. Al cruzar la esquina los más
sabrosos olores de los manjares más apetecibles llenaron las narices de Kan.
El pillastre enseguida encontró
una mesa libre en un rincón
apartado y tapado por las sobras e invitando a sentarse en un banco de madera
en frente de él
al joven Samurái
levantó la
mano para llamar al camarero, igual que si fuera un gran señor
en un restaurante de lujo. El dueño, al ver esto escupió un
trozo de una rara planta que estaba masticando y se encaminó
hasta la mesa donde estaban sentados los dos niños.
- ¿Que
van a tomar los señores?
–
Dijo sarcásticamente
– ¿Un
vaso de agua del pozo? – Y
antes de que pudieran decir nada añadió – ¡Anda mocosos largaos! ¡Tengo
que atender a los clientes de verdad!
- Este niño quiere comer, traiga algo para él –
Dijo Kan ignorando las palabras del mesonero.
- Este niño… – respondió el dueño levantándolo de una oreja e intentando sacarlo de
la mesa – Es
un ladrón
que ya me ha robado más
de una hogaza de pan de las mesas y que como vuelva a verlo por aquí le
voy a cortar el cuello…
El mesonero se calló instantáneamente al sentir el agudo filo de la
espada Katana del joven Samurái
en su garganta.
- Puede ser… – contestó fríamente Kan, con un tono de voz que heló la
sangre en las venas del apestoso hombre… aún cuando la amenaza provenía
de un niño
de 12 años
de edad – Puede
ser que seas tú,
apestosa inmundicia, quien quiera cortarle el cuello a mi amigo – y
después
de hacer una pausa añadió –
pero voy a ser yo quien te corte el cuello como no le sirvas como es debido.-
El rostro del mesonero estaba blanco como la leche, no esperaba esto de un niño
tan joven. Había
supuesto que era un ladronzuelo compañero del otro niño y sin embargo había
manejado una espada Katana como si fuera una prolongación de su brazo – Debería caérsele la cara de vergüenza
por no dar de comer a un niño
necesitado…
sin embargo aquí
tiene – Y
poniendo una valiosa moneda de oro encima de la mesa añadió – Esto pagará todo lo que pueda comer este niño
durante tres años ¿No
es así? – El
apestoso mesonero asintió
con la cabeza –
Pues tómelo
y hágalo
como yo le digo o vendré y
se arrepentirá –
dijo saliendo de las sombras donde estaba sentado y poniéndose
a la luz para que pudiera verlo bien.
El dueño
del local quedó
totalmente pasmado al reconocer que el joven vestía las ropas de un Samurái…
incluida la Katana que todavía
mantenía
apoyada en su cuello… al
final de la cual pudo ver la característica empuñadura dorada-plateada símbolo
de un verdadero Samurái
entrenado.
- S.. Se… Señor! – dijo al fin – Por favor, perdone! –
suplicó – Sé
que no me he portado como he debido, tendría que haber atendido a este niño… – rápidamente
añadió – a
partir de hoy daré de
comer a todos los niños
pobres del pueblo… ¡Puedo
hacerlo! – Añadió –
Soy dueño
de la posada más
grande del pueblo y todos los días
me sobra comida para darla de comer a un regimiento – y para intentar solucionar las cosas dijo
– a
partir de ahora le daré
esta comida a los pobres en vez de tirarla a la basura ¡Os lo juro! Pero perdonarme la vida por
favor!!!
Kan retiró la katana del cuello del mesonero y posando
otra moneda de oro en la mesa añadió.
Ahora tráenos
un plato de cada una de las más
ricas exquisiteces que tengas… – y
mirándolo
a los ojos añadió – y
no intentes nada raro, yo soy Kan el hijo de Kazo, el general de generales. Y
en caso de que me pasara algo…
- ¡No
os preocupéis
señor!
¡Yo
nunca mancillaría
mi comida ni haría
nada raro! ¡Y
menos aún
con un cliente que paga tan generosamente!!! – y cogiendo las monedas de la mesa marchó rápidamente
a encargar en la cocina los platos ordenados y a descansar un buen rato para
quitarse el susto de encima.
Cuando desapareció los dos niños se pusieron a reír a
carcajada limpia.
- ¿Le
has visto la cara Kan? –
dijo el ladronzuelo riéndose
estrepitosamente – Yo
creía
que se iba a hacer pis encima!!!
- ¿Crees
que me habré
pasado? –
Preguntó
sintiéndose
culpable el joven Samurái – …quizás
no tenía
que haber sido tan brusco…
- ¡De
eso nada! –
Contestó su
reciente amigo – ¡Tú no
sabes las palizas que me ha dado por coger trozos de pan rancio de las mesas! ¡Es
un indeseable! – y
mirándolo
con una cara de agradecimiento infinita añadió – … y tú lo has cambiado en un minuto! Los pobres
llevábamos
meses intentando convencerle de que nos diera los restos de comida que tira por
la noche, pero el mal nacido tiraba esos restos a cuatro perros asesinos que
tiene en la parte trasera del local… los perros desperdiciaban toda la comida
y mientras nosotros nos moríamos
de hambre – y
abrazándole
añadió – ¡Eres
mi salvador! ¿Qué
puedo hacer por ti?
- Bueno… – dijo Kan pensativo –
parece que conoces bien el pueblo ¿Podrías llevarme a la zona de las telas después
de comer?
- ¡Naturalmente!
–
Dijo mientras empezaba a llenarse la boca con las carnes y las frutas que
empezaban a traer las camareras…
pues misteriosamente el mesonero había desaparecido para todo el día!
- ¿Cómo
te llamas? –
Dijo Kan sirviéndose
un poco en su plato.
- Pibio – Contestó con la boca rebosante de comida –
aunque los amigos me llaman Pio.
Cuando hubieron acabado de comer, Kan y Pio salieron
de la posada para encaminarse a la zona del pueblo donde los mercaderes ofrecían
telas de todos los tipos. Allí
Kan encontró
telas fuertes y bastas, las grandes telas con las que se hacían
las tiendas de campaña
de los Samurais, ligeras telas de velos y finalmente las finas telas que
utilizaban las mujeres para hacerse sus vestidos.
- ¿Qué te
parece? –
Preguntó el
joven Samurái
al ladronzuelo.
- A mi me parecen todas preciosas –
dijo con la boca abierta.
En ese momento Kan reparó en que su amigo sólo portaba unos harapos que estaban
totalmente destrozados, por lo que era natural que cualquier trozo de tela le
resultara fantástico.
- ¿Tenéis
ropa para niño? –
Preguntó
Kan al mercader.
- Sí,
en la parte de atrás
joven señor – y
lanzando una codiciosa mirada a la repleta bolsa del joven Samurái añadió – ¿Queréis
finos trajes de fiesta quizás?
- No –
contestó
Kan, y después
de mirar a su amigo añadió –
Pio necesita una ropa más
práctica
¿No
tenéis
un Kimono del estilo de los Samurais?
- Voy a mirar y le traeré algo de su talla – Dijo desilusionado el mercader, un kimono
era una prenda corriente y barata, mientras que un traje le hubiera aportado
muchos más
beneficios.
- ¿Un
Kimono? –
Preguntó
Pio mirando de arriba a bajo a Kan – Te lo agradezco mucho…
pero destacaría
demasiado!
En ese momento volvió el mercader con una codiciosa mirada en
sus ojos.
- Perdónarme
joven Señor,
pero Kimonos no tengo – y
mostrando el bulto que traía
escondido añadió –
Pero tengo este precioso y …
resistente –
dijo resaltando la palabra –
traje para vuestro amigo – La
prenda en cuestión
era un traje de cuerpo entero que parecía muy práctico y discreto. Era de una sola pieza y
se abrochaba por un lado con unos lazos de cuero blando. Sobre una tela gruesa
y resistente estaban cosidas láminas
de cuero, y en su interior un suave forro prometía un agradable confort. Kan miró
disimuladamente a su amigo, el cual estaba visiblemente enamorado de esa práctica
prenda.
- Muy bien ¡Nos la quedamos! – Sentenció Kan – ¿Qué cuesta? – dijo abriendo su bolsa en la que
relucieron muchas monedas.
- Una moneda de oro Señor – dijo alargando rápidamente el mercader para tomarla él
mismo de la bolsa…
por si el niño
no sabía
distinguirla naturalmente.
- ¡LADRÓN! –
Gritó
Pio…
dejando totalmente paralizado al mercader que sólo se atrevió a retirar su mano vacía
lentamente.
- ¿Qué
dices? –
Preguntó el
Joven Samurái a
su amigo.
- Qué es
un Ladrón!
Esta prenda no vale más
de cinco monedas de bronce –
Regateó el
Joven Pillastre.
- ¿De
verdad? –
dijo Kan mirando sorprendido al Mercader – Si me dijisteis una moneda de Oro!
- ¿De
oro dije? –
dijo tímidamente,
para reaccionar ante el regateo y contestar – Quise decir de plata…
quizás
me confundí al
decir oro, pero iba a tomar una de plata. Que es su valor justo y exacto.
- Tome entonces – Dijo Kan poniéndole una moneda de plata en las manos – Me
parece justo! ¿Puede
cambiarse en vuestra tienda mi amigo?
- ¡Naturalmente!
– Y
señalando
una cortina colgada contra una esquina de la calle dijo – ahí
puede cambiarse el señorito.
Pio corrió detrás de la cortina y se cambió rápidamente… y
después
de rebuscar entre los pliegues de los harapos los dejó tirados en una zona oscura de la calle.
- Así si
alguien los necesita podrá
utilizarlos –
Exclamó
alegremente.
Kan miró los roídos harapos dudando de que sirvieran ni de
cama a un gato callejero. Contempló a su reciente amigo y quedó
sorprendido ante el porte que desvelaban estas nuevas ropas en sus carnes.
- ¡Guau!
¡Qué
bien te quedan! –
Exclamó
asombrado.
- ¿De
verdad? – y
mirándose
en un espejo de bronce situado cerca del cambiarropa exclamó – ¡Parezco
un niño
normal!
Ante el comentario a Kan se le cayó el
alma al suelo.
- ¿Por
qué
estás
en las calles? –
Preguntó el
joven Samurái.
- Mis padres murieron hace seis meses, una peste mató a
toda mi familia y a todos mis parientes… – Por las mejillas del niño
caía
una solitaria lágrima
– yo
enfermé
también,
pero un día
desperté
curado en una habitación
llena de cadáveres…
los aldeanos creían
que estaba muerto y me tiraron junto a los demás. Yo conseguí salir… y escapé hasta aquí temiendo que me volvieran a encerrar en
esa habitación. – Y
después
de tomar aire añadió –
Desde entonces vivo de lo que puedo… mi padre era un mago, un malabarista, me
enseñó
muchos trucos…
como sacar una moneda de una bolsa atada a un cinturón! Sin embargo no me gusta hacerlo si no
es en un espectáculo
de magia, mi padre me advirtió
que hacerlo en la calle está
mal y que es robar… – y
mirando al suelo terminó
por decir –
pero mi estómago…
Kan no sabía qué decir, tenía el corazón destrozado. De momento no sabía
qué
podía
hacer, pero se prometió
que después
de encontrar la tela que buscaba encontraría una solución!
- Estas telas no son demasiado buenas –
dijo Pio, cortando el incómodo
silencio –
detrás
del biombo he oído
a una señora
decir que cerca de aquí
hay un mercader que tiene unas telas mucho mejores que estas. ¡Quizás
sea lo que estás
buscando!
- ¡Sí! –
Respondió
entusiasmado Kan – ¡Quiero
la mejor tela del pueblo! ¿Dónde
dijeron que era?
- Allí enfrente,
en esa casa verde! –
Dijo señalando
una pequeña
casa pintada de verde que contaba con una extraña verja delante de su puerta. Tanto la
verja como la puerta estaban cerradas, sin embargo vieron que en esos momentos
salía
de las casa una señora
con un gran trozo de tela rosa muy fina y una gran sonrisa en su cara. –
Preguntemos a la señora!
– Y
después
de acercarse a la mujer con la tela en la mano preguntó – ¿Venden telas ahí?
- Sí
hijito sí, y
las mejores del pueblo!!! – Y
acariciando el gran trozo de tela rosa que llevaba en las manos añadió –
Este trozo de tela es de una calidad muy superior a estas telas que venden por
la calle. Y además
me ha salido por un precio muy bueno ¡Mis amigas se van a morir de envidia con
el vestido que me voy a hacer! – Y
dando por terminada la conversación se marchó.
- Esto quiero hacerlo sólo – dijo Kan – Necesito estar concentrado – y
después
de ver la cara de pena de su amigo añadió – ¿Por qué no tomas estas monedas y vas a jugar a
esas atracciones que están
en la plaza? Puedes ver el espectáculo de magia y venir a buscarme cuando
termine ¿Lo
harás?
- Sí ¡Vendré a
buscarte! –
Contestó
ilusionado al ver la sincera mirada de su amigo Samurái – ¡Suerte con tu compra! – añadió, y
se marchó
corriendo a contemplar el espectáculo de magia que ya estaba comenzando.
Kan se dirigió a la verja, había una campanilla y tirando de la cuerda la
hizo sonar. Una criada de unos veinte años salió de la casa y abriendo la verja invitó a
pasar al joven Samurái.
Después
de acompañarle
hasta el salón
de dentro de la casa y sentarle en unos cómodos cojines le indicó
que esperara unos minutos.
Kan miró a su alrededor, el salón
era grande y espacioso, su suelo estaba cubierto por una bella alfombra de muy
alta calidad, en las paredes lucían unos exquisitos tapices y la ventana
estaba tapada por una blanca y fina seda translucida que permitía
pasar la cálida
luz del Sol, mientras guardaba la intimidad de la estancia.
Aparte de estos adornos, ninguna otra tela había
en la estancia. Kan extrañado
ante la diferencia de este local y los de los mercaderes de la calle se
preguntaba si realmente venderían
las más
finas telas en este sitio.
Al momento entró un hombre alto, de mediana edad, con la
cara rasurada y un pelo muy negro finamente cortado. Vestía
un traje de una seda exquisita que producía un muy agradable sonido al frotarse
pliegue contra pliegue. El hombre olía a menta y a incienso, en una agradable
fragancia que penetraba lentamente por los pulmones. Kan no pudo resistir la
tentación
de acariciar la suave tela que conformaba el traje del hombre.
- ¡Sí! ¡Esto
es lo que busco! –
Dijo plenamente convencido.
- ¿Mi
traje? –
Preguntó el
hombre con una mueca de sorpresa que no ocultaba una cálida sonrisa.
- No perdón! – respondió Kan – La tela! Busco una tela de la más
alta calidad.
- ¿Para
qué la
quieres? –
Preguntó
- Para una… amiga – contestó el joven sonrojándose.
- Entiendo – Contestó el hombre – ¿Y cómo es ella?
- Preciosa – respondió Kan automáticamente sin haberlo pensado, después pensando
que no sería
bastante añadió – Es
un poco mayor que yo, un par de dedos más baja… Y tiene un pelo negro precioso! –
Aseguró.
- Ya –
dijo sonriendo ligeramente el hombre – ¿Y cómo es su piel?
- ¿Por
qué lo
pregunta? –
Preguntó
extrañado
Kan.
- Para poder escoger la tela ideal para tú…
amiga. –
dijo sonriendo – es
imprescindible saber cómo
es su piel, su cara, sus volúmenes,
su personalidad, su edad y sus costumbres. Sólo así podremos escoger la tela ideal.
- Ah! No lo sabía – respondió simplemente el joven Samurái –
Pues como ya te dije debe tener uno o dos años más que yo, tiene el pelo muy negro,
brillante y largo…
hasta aquí –
dijo señalándose
la cadera – su
piel es muy pálida,
blanca como la luna. Es delgada, pero no demasiado. Tímida y vergonzosa… aunque tengo oído que también tiene buen genio cuando lo saca! Ayuda a
su padre en la cocina y le gusta pasear sola por el campo y el bosque por las
tardes… – e
intentando hacer memoria añadió – y
creo que no sé
nada más.
- Es más
que suficiente! –
dijo el hombre – Sólo
necesito un dato más. – y
mirándole
añadió – La
tela, es para un vestido ¿No?
–
Kan asintió
con la cabeza – Y
ese vestido es para trabajar o para pasear?
Kan meditó un momento. No estaba seguro, sin
embargo, si la tela iba a ser la mejor… mejor sería que fuese para pasear.
- Para pasear! – Añadió al fin Kan.
- ¿Y tú
siempre vistes con esos colores?
- Sí –
Respondió
automáticamente,
y al darse cuenta de la pregunta añadió – ¿Por qué lo pregunta?
- Bueno, si tu novia va a llevar el vestido cuando
salga contigo a pasear por el bosque será conveniente que no desentone con tus
colores…
El hombre calló cuando vio la cara de sorpresa del joven.
Kan se había
quedado totalmente quieto, sin respirar siquiera ante la impresión,
sólo
sus pestañas
se movían
pestañeando
continuamente…
era una estampa de un muñeco
de feria a tamaño
real!
- Perdona. – dijo avergonzado el hombre por su
suposición – no
quería
ofender…
bueno! Lo que quiera que se llame el estado en que estás.
Kan dando cuenta de que estaba haciendo el más
completo de los ridículos
intentó
recuperar la compostura desviando la atención hacía otra cosa.
- ¿Qué
tipo de tela me llevo entonces? – Preguntó directamente.
- Lo mejor es una seda, la más fina y exquisita de las telas. Es suave
y un poco transparente, pero no demasiado. Dos capas bien colocadas son
suficientes para formar el más
pudoroso y bello de los vestidos. Con una textura ideal para la fina piel de tu…
amiga –
dijo sonriendo – El
color habrá de
ser tenue y suave para que haga juego con su blanca piel mientras que crea un
bello contraste con el negro pelo de tú amiga. Quizás un… – y saliendo de la habitación añadió –
Espera un momento que te traigo unas muestras.
Kan estaba ya más tranquilo… ¿Qué le habría hecho pensar que era su novia? Si él
todavía
no tenía
de eso… a
pesar de las continuas insistencias de su madre, que aseguraba que ya tenía
edad para comprometerse con algo más que con sus artes marciales. ¿Tendría
razón?
Los demás
chicos con los que solía
jugar de pequeño
ya estaban todos prometidos o casados. y tenían su misma edad… cuando Kan estaba pensando esto entró el
elegante hombre con tres trozos de la más bella tela.
- Yo te aconsejo este azul suave, es como el cielo…
pero un poquito más
suave y brillante, para que resalte la belleza y la inocencia de su portadora – Y
mientras decía
esto puso el trozo de tela encima de una larga mesa que había
en la estancia. –
Este otro es del mismo verde que los retoños de primavera. Un color muy bueno para
pasear por el bosque –
Posó el
bulto al lado del otro – Y
este blanco es también
ideal, contrastará
con su negro pelo. Aunque si ella es demasiado pálida parecerá un fantasma… eso sí, muy bello.
Como a Kan le parecía un disfraz de fantasma no sería
el mejor regalo. Apartó la
tela blanca a un lado.
Después
miró
los dos trozos de tela restantes y decidió quedarse con el azul suave, pues era de
un color parecido al que la hija del cocinero había manchado, sólo que mucho más bello y brillante, además
la tela era exquisitamente bella y agradable al tacto. Sería
un regalo perfecto!
- ¿Cuánto
cuesta? –
Preguntó
Kan echando mano a su bolsa.
- El telar completo cuesta diez monedas de plata –
Kan quedó
sorprendido de que le dijeran un precio tan justo, sin duda por un producto de esta
calidad le habrían
pedido cien veces más
en la calle… si
hubiera conseguido encontrarlo! – sin embargo sólo necesitas llevarte un par de brazas,
con lo que serán
solo cuatro monedas de plata.
- Me lo llevo todo – y posando las diez monedas de plata encima
de la mesa añadió –
Muchísimas
gracias por tus consejos. Sin tu ayuda no habría encontrado nunca una tela de esta
calidad.
- Muchas gracias! – Respondió agradecido el hombre –
Espera. Guarda la tela entre este mantón de cuero blando, así no
se te estropeará
por el camino. – Y
mientras protegía
envolviendo la tela en cuero añadió –
Por cierto ¿Quién
te ha recomendado mi casa?
- Bueno, en realidad nadie – y al ver la cara de extrañeza
de su interlocutor añadió – En
realidad pregunté a
una señora
que salió de
su casa con una tela rosa magnífica.
- Ah! ¡Ya
me extrañaba
a mí! – Y
sonriendo añadió – Así
que parece que fue la mano del destino la que te trajo a mi casa.
- ¿Usted
vive de esto verdad? –
Preguntó
Kan
- Sí
claro, es mi negocio! – y
acordándose
añadió – Y
por cierto, mi nombre es Hano. Con las prisas de tu compra nos olvidamos de
presentarnos. Y tú
Samurái
te llamas…
- Kan, hijo de Kazo – Respondió orgulloso.
- ¿El
general de generales Samurái? –
Preguntó
sorprendido.
- Así
es! – Y
dando cuenta de una cosa añadió – Y
siendo usted comerciante… ¿Cómo
es que no está en
la calle pregonando sus productos a gritos en un tenderete????
- Bueno, es una larga historia, permíteme
que traiga un poco de té.
Al momento volvió con una gran bandeja de plata cargada de
un té
que despedía
un delicioso aroma a menta.
- Este es té mezclado con menta, una exquisitez que se
toma en unos países
muy lejanos. – Y
después
de servir una taza para cada uno empezó a contar su historia –
Cuando quise abrir mi negocio no contaba con dinero suficiente para abrir un
puesto en la calle. Las autoridades te cobran altos impuestos por ello, y además
existen unos gastos inevitables entre comprar la madera y las pinturas. –
Hano tomó un
trago de su lujosa taza y continuó – La otra opción era coger mis telas e ir a venderlas por
las casas, llamando en todas las puertas igual que hacen los vendedores
ambulantes, en cuanto a esa opción… bueno, simplemente yo no valgo para eso! –
mirando fijamente al joven añadió – Yo
soy una persona muy tímida
y aunque es cierto que enseguida conecto con la gente y que me gusta tratar con
las personas soy incapaz de hacer una sola venta o de regatear decentemente…
- Sin embargo me has vendido un gran trozo de tela –
protestó
Kan.
- Oh no! – respondió ofendido Hano – Yo simplemente me he limitado a
aconsejarte sobre la tela que necesitaras y a ayudarte a escoger la mejor para
tu amiga. Soy experto en telas, eso es cierto. Me formaron grandes maestros
sobre el tema y sé
escoger el trozo de tela más
conveniente en cada caso. Por eso he tenido éxito.
Kan asintió mudamente para darle la razón.
En ningún
momento había
intentado “venderle”,
es decir, empaquetarle un trozo de tela que no necesitaba o cobrarle de más.
De hecho, todo el tiempo estuvo escuchando sus necesidades y después
le recomendó la
cantidad exacta de la tela que necesitaba. Después la decisión de comprársela a él y de coger más cantidad de la cuenta había
sido del joven Samurái… de
hecho el dueño
del negocio de telas le había
aconsejado que gastase menos de lo que finalmente gastó.
- ¿Y
entonces cómo
llevas tu negocio? –
preguntó
intrigado Kan.
- Pues de la única forma que yo podría
hacerlo –
Contestó
Huno tomando otro sorbo de té –
Como no sirvo para vender y no tenía dinero para abrir un puesto de comercio
en la calle…
pues abrí mi
propio negocio de telas en el salón de mi casa – El hombre sonrío con orgullo ante su gran idea. Kan todavía
dudaba de que realmente la idea hubiera sido tan buena, no acaba de comprender
cómo
se podía
llevar un negocio sin un puesto en el mercado, y así se lo dijo.
- Pero… ¿Como
puedes vender entonces? –
Kan le miró
extrañado
– No
tienes expuestas tus telas. Alguien que pase por la calle no puede adivinar que
tú
vendes telas… ¿No
tienen ventaja sobre ti los Mercaderes de afuera?
- Eso es lo que me decían mis familiares cuando les conté mi
idea –
Huno se reía
abiertamente –
sin embargo yo fui más
inteligente que ellos. Supe ver la realidad sin dejarme influenciar por los estándares
predefinidos.
- ¿Qué
quieres decir? –
Preguntó el
joven Samurái.
- Todo el mundo cree que para llevar un negocio con éxito
hace falta tener un tenderete en la calle para exponer sus productos… o
si no lo tienes ir picando por las puertas de las casas para intentar vender ¡¡¡No
pueden estar más
equivocados!!! –
Huno estaba entusiasmando por lo inteligente que había sido – ¿Te has fijado en los tenderetes de fuera?
- Sí –
respondió
Kan – De
allí
vengo!
- ¡Exactamente!
–
Contestó enérgicamente
Huno – ¡De
allí
vienes! – Y
después
de mirarle durante un segundo para aumentar el misterio añadió – En
la calle la competencia es increíble, cientos de Mercaderes tienen sus
tenderetes y se hacen una competencia mordaz unos a otros. ¿Por
qué?
Porque existen tantos puestos que los ciudadanos normales ya no saben donde ir.
La mercancía
de todos los puestos es muy parecida, los precios también… y todos son personas desconocidas en las
que uno nunca sabe si puede confiar… ¿Estás de acuerdo con esto que te digo?
Kan asintió con la cabeza, recordó cómo
el mercader de la calle había
intentado cobrarle de más
por una prenda, recordó cómo
todas las mercancías
eran más o
menos iguales, recordó la
avariciosa mirada de los mercaderes… a los que solamente les importaba su oro,
no sus necesidades ni sus gustos. Lo único que querían era vender para obtener beneficios.
Realmente era bastante desagradable comprar en esos puestos…
Era imposible encontrar a un solo mercader totalmente honrado!
- Pues yo me di cuenta de que lo que la gente buscaba
era alguien en quien poder confiar y… que les aconsejase sinceramente! –
continuó
orgullosamente Hano – así
que decidí
abrir mi propio negocio, totalmente distinto a los demás. ¡Eso hace que no tenga competencia! –
Kan estaba sorprendido ante la simpleza y lo obvio de la solución
tomada por Hano… así
como de la realidad de la situación, nunca había visto las cosas de esa forma –
Además
yo tuve muchos menos problemas que cualquier mercader al principio. – Al
ver la mirada interrogante del joven decidió aclarar más el asunto – Normalmente, para abrir un tenderete en
la calle tienes que pedir permiso a las autoridades, rellenar mil y un papeles,
pagar impuestos abusivos, desperdiciar el dinero en arreglar el local… y
luego pasarte horas y horas en tu tenderete esperando a que los clientes se
acerquen y te compren algo… ¡Es
un riesgo increíble!
–
aseguró –
Para ganar dinero de esta forma tienes que poder disponer de toneladas de
dinero antes… y
si no lo tienes pedirlo prestado a un usurero que andará toda la vida detrás de ti cobrándote intereses… – Entonces exclamó alegremente – ¡Yo lo hice más fácil! Simplemente abrí mi
negocio en el salón
de mi casa, lo adorné un
poco… y
el dinero que tenía,
en vez de gastarlo en impuestos y tonterías… lo invertí en conseguir las mejores telas de la más
alta calidad. Dicen que “Paño
de oro sólo
se vende” ¡Y
es verdad!
Kan estaba impresionado ante la inteligente filosofía
de Huno.
- Lo primero que hice – Continuó Hano entusiasmando –
fue avisar a TODAS mis amistades y familiares de que había
abierto mi propio negocio de telas. – Hano sonrío recordando aquellos tiempos –
Les envíe
cartas a todos con pequeños
catálogos
describiéndoles
mis telas y su alta calidad. A todos las personas que conocía
les informaba de que tenía
un negocio de telas de la más
alta calidad… –
Kan empezaba a comprender mientras el hombre hablaba – Al principio me preguntaban por qué
preferirían
comprar a un amigo que a un desconocido. ¡Esto es obvio! De un desconocido no te
puedes fiar…
pero en un amigo confías,
así
que se sentían
más
seguros comprándome
a mí. – el
hombre señaló
las telas –
Cada amigo que me compraba quedaba encantado por dos cosas. La primera que yo
siempre le aconsejaba sinceramente sobre lo que necesitaba, y la segunda porque
mis telas son de la más
alta calidad ¡No
tengo competencia en este sentido! – dijo acariciando las sedas que tenía
encima de la mesa –
Además
mis precios, aunque no son baratos… tampoco son demasiado altos. Intento ser
justo en ellos, de tal forma que mis clientes paguen exactamente lo que vale la
tela y que yo me lleve un buen beneficio. – Hano se rió feliz – Además mis márgenes son mucho mayores porque no tengo
ningún
gasto, no tengo que pagar un local ni impuestos sobre él. Naturalmente doy a las autoridades la
parte que les corresponde…
pero como no tengo otros gastos ¡Gano mucho más que los mercaderes de la calle! ¡Y
sin tantos problemas!
- ¿Y cómo
haces saber a tus clientes que tienes nuevos productos? –
Preguntó
Kan – y ¿Cómo
consigues nuevos clientes?
- Oh! ¡Muy
fácil!
–
dijo sonriendo ante la sencillez de su método – Simplemente les escribo cartas. Suelo
dedicar una parte del día a
escribir cartas a mis amistades y a mis clientes informándoles sobre mis productos, sus cualidades
y alguna oferta especial que hago de vez en cuando. Esa es toda la publicidad
que necesito – y
añadió – En
cuanto a cómo
consigo nuevos clientes… ¡Me
los buscan mis clientes!
- ¿Cómo
es eso? –
Preguntó
extrañado
el Joven Samurái.
- Muy fácil! Mis clientes están
todos muy satisfechos de mis productos, así que me recomiendan a sus amistades… no
es raro que un cliente me traiga a cuatro o cinco clientes en un par de meses… lo
cual hace que mi clientela vaya creciendo poco a poco.
- Es maravilloso – exclamó el joven – y todos lo hacen? ¿Todos
te traen clientes?
- Casi todos – dijo el elegante hombre girando la cabeza
hacia un lado, y con una pícara
sonrisa añadió – a
los que no lo hacen les pregunto si conocen a alguien a quien pueda interesar
mis productos, anoto sus direcciones y les escribo una carta diciéndoles
que su amigo me ha dado su dirección y que les recomienda mis productos únicos,
les describo mis productos y les digo que si quieren alguna referencia que le
pregunten a su amigo.
Kan reconoció internamente que era una jugada muy
inteligente y decidió
que a partir de ahora les preguntaría a todas las personas que rechazasen ser
Samurais si conocían
a alguien a quien pudiera interesarle, eso haría que pudiera reclutar a mucha más
gente, también
decidió
recomendar a todos su Samurais que hicieran lo mismo que él.
- Por cierto joven Kan… ¿Conoces a alguien que le pueda interesar
mis telas de alta calidad? –
Preguntó
Hano como si tal cosa.
- Sí
claro! –
respondió
automáticamente
Kan –
Escribe a mi madre, al palacio de Kazo, el general de generales.
Compra muchísimas telas, estoy seguro de que estará
encantada con tus productos… Y
también a
Escila, es una mujer Samurái
muy bella que siempre anda mirando trapitos… puedes mandarles mi recomendación.
- Muchas gracias! ¿Te importaría darles mi tarjeta?
- ¿Tarjeta?
¿Qué es
eso? –
Preguntó
curioso Kan.
- Mira, es esto – Y le tendió un bello trozo de cuero con unas letras y
dibujos grabados a fuego en él. –
Tiene escrito mi dirección y
una breve descripción
de los productos que llevo; es una buena arma de publicidad. Como es muy
original llama la atención y
hace que las personas que quieran comprar una tela se acuerden de mí. – y
después
de un momento de silencio añadió –
Naturalmente también
les mandaré
una carta, así
les picará la
curiosidad y querrán
comprobar por si mismas la calidad de las telas. – Hano sonrió – como verás utilizo técnicas poco comunes para llevar mi
negocio.
- ¡Por
mi Katana que Sí! –
respondió
Kan –
Aunque por el lujo que veo en tu habitación y en tus vestidos te debe de ir muy
bien!
- Sí,
es cierto! – le
dio la razón
el hombre acariciando su caro traje – al principio no tenía
muchos clientes, pero ahora ya son casi cien!
- No son muchos para un negocio –
respondió
Kan escéptico.
- No para un negocio normal – le dio la razón Hano – sin embargo mis clientes son muy fieles,
y siempre que tienen que comprar algo vienen a mi. En la práctica
atiendo a dos o tres clientes cada día. – Y haciendo un gran gesto con su brazo
para cubrir todo su salón añadió –
vienen a mi casa, nos reunimos en este salón, me cuentan lo que necesitan, yo les
aconsejo y se marchan con la mercancía que necesitan… y muy contentos. – y terminó diciendo – Además, como mis márgenes son amplios me proporcionan unos
ingresos bastante altos…
como bien puedes ver por el lujo que me rodea.
- ¡Eres
un genio! –
Halagó
Kan al hombre – ¡¡¡Vaya
olfato para los negocios!!! Has logrado tener un gran éxito en un mercado tan saturado como es el
de las telas gracias a tus técnicas!
El hombre sonrío tiernamente por única respuesta. Es agradable que le
reconocieran sus méritos
cuando al principio le habían
tachado de loco. Ahora que tenía éxito
los hechos demostraban que tenía
razón.
Era agradable que alguien se lo reconociera.
-Bueno, entonces me marcho. – Dijo al fin Kan – Le daré tú tarjeta a mi madre y a Escila con mis
recomendaciones…
llevas las mejores telas de la comarca, estoy seguro que más
adelante vendrán
de muy lejos para comprarte!
- Muchas gracias – contestó sencillamente Hano –
serás
bien venido siempre que vengas Samurái.
En ese momento entró la mujer que le había
abierto la puerta y conducido a Kan al Salón con un paquete en la mano.
- Toma este regalo – dijo tendiéndoselo – es un osito de seda que cosí
para mi hijo… – y
una mueca de tristeza cubrió su
rostro – tú podrás
darle mejor uso.
- ¿Qué le
pasó? –
Preguntó el
joven Samurái
temiendo una desgracia.
- Nada – contestó Hano por la mujer – Mi
esposa y yo nunca hemos llegado a tener hijos… parece que el destino nos niega esa última
cosa que nos haría
ser totalmente felices.
- ¿Tú
mujer? –
preguntó
Kan, ella tímidamente
asintió
afirmativamente con la cabeza – ¡Oh!
Debéis
disculparme! En un principio creí que era una criada…
por la forma de moverse. – y
agachando la cabeza en una reverencia ante la mujer añadió – ¡Discúlpeme señora! ¡Discúlpeme!
- ¡No
te preocupes joven Samurái! –
respondió
ella graciosamente –
Suele pasar, incluso es bueno para el negocio. Yo antes era la criada de mi
querido esposo…
con el tiempo nos enamoramos y nos casamos. – dijo enseñando un dorado anillo en su dedo que
indicaba que estaba casada – El
siempre insiste en que me vista como una señora… sin embargo yo me siento más cómoda
con ropas sencillas, paso desapercibida en el mercado y nadie me molesta.
De repente a Kan se le ocurrió una idea brillante… ¡El
destino estaba de su lado!
- ¿Desde
hace mucho que deseáis
un hijo? –
Preguntó a
la mujer.
- ¡Una
eternidad! –
contestó – o
al menos eso me parece a mí. ¡Daría
todas las riquezas de mi marido por un hijo al que cuidar!
Kan miró de reojo a Hano y vio que estaba
acostumbrado a este tipo de comentarios de la mujer, así que decidió preguntar.
- ¿Y
si yo te diera uno?
- ¿Cómo?
–
Preguntó
extrañada
la mujer.
- Conozco a un huérfano que apenas tendrá
seis años.
Es un chico muy alegre y guapo, tiene una gran habilidad con las manos y
necesita mucho amor… y
un techo que le proteja del frío
invierno. No tiene a nadie que lo cuide y le quiera… quizás podrías cuidarlo como si fuera tu propio hijo,
abrazándolo
y queriéndolo
como a tal. – Y
mirando a Hano añadió – Y
así tú
tendrías
a alguien a quien enseñar
tus conocimientos sobre telas… un
niño
que haría
muy feliz a tu mujer ¿Qué te
parece?
- ¡En
vaya compromiso que me has metido! – Contestó el hombre – Primero le metes las ganas a mi mujer de
cuidar a ese niño y
después
me cargas la responsabilidad a mí! ¿Seguro que eres un joven Samurái y
no un anciano Clérigo?
- Puedo ser más malo si queréis – contestó sonriendo Kan con cara de pillastre.
En ese momento sonó la campanilla de la verja y la mujer fue
a abrir la puerta, al momento volvió con un niño.
- Este niño tan mono pregunta por ti Kan –
dijo la mujer –
dice ser tu guardaespaldas – añadió
acariciando el pelo de Pio.
- Es de quien te había hablado – dijo directamente Kan a la mujer con tranquilidad,
después
de todo estaba haciendo una buena obra para ambas partes. Pio necesitaba unos
padres y la pareja necesitaba un hijo. Así que lo más lógico es que vivieran juntos.
- ¡Yo
no he hecho nada! –
Respondió
automáticamente
el niño.
- Ja! Parece que está acostumbrado a armarlas! – Rió
Hano nervioso viendo la encerrona en la que le estaban metiendo… no
es que le disgustase la idea de adoptar al niño, él estaba tan deseoso como su mujer, sin
embargo quería
saber si el niño
le gustaba realmente a su esposa – No sé, no sé ¿Tú que dices cariño?
- Es precioso dijo agachándose para ponerse a su altura.
- Gracias – contestó Pio sin saber de que iba el asunto – No
me irás a
vender verdad Kan?
- ¿Yo?
–
Contestó el
joven Samurái
sorprendido ante la pregunta de su amigo – solo estoy aconsejando a este matrimonio
tan amable… –
dijo recordando las palabras de Hano – y encontrando la mejor solución
para todos –
dijo sonriendo orgulloso ante su ingeniosa respuesta.
- Pero dará mucho trabajo – replicó Hano – No sé cariño, si fuera algo mayor…
El hombre calló inmediatamente al ver la fulminante
mirada de su esposa, y abrazando al niño como si fuera suyo dijo.
- Hano! Como no adoptemos a este niño
vas a dormir en el cuarto de las telas durante toda tu vida – y
terminando de decir esto empezó a
llenar de besos la cabecita del niño que los recibía con el mismo agradecimiento que un
sediento de gotas de agua.
- Bueno! ¡Parece que no me queda opción! –
contestó su
marido haciéndose
el hombre perjudicado…
aunque su corazón
estaba rebosante de alegría
por su reciente adopción – ¡Puedes
considerarte nuestro hijo desde este mismo momento! – dijo mirando a Pio.
El pequeño niño, incapaz de contestar por la emoción,
se abrazó
contra su nueva madre llorando de alegría.
- ¡Mamá! –
dijo al fin entre suspiros y lloros.
- Eh…
creo que sobro –
dijo Kan incómodo
– me
marcho a llevar mi paquete ¿Puedes
pasar a verme mañana
al campamento? –
preguntó a
Pio, éste
asintió
entre sollozos de alegría.
De repente una nube de humo apareció
tras una ligera explosión,
momentos después
el humo se había
disipado y Kan había
desaparecido haciendo gala de uno de sus trucos Samurái.
En la calle Kan se secó la frente, podía oír las exclamaciones de sorpresa dentro de
la casa y los sollozos de todos por la gran felicidad que les había
traído
ese día
el destino. Se puso a caminar feliz por la buena obra que había
hecho… y
por haber conseguido la tela que buscaba. Estaba tan contento que se puso a
correr hasta el campamento, sus pies parecían flotar sobre la hierba mientras él
corría y
corría
cargado de energía y
felicidad.
- Hola mamá! – Dijo Kan viendo a su madre al entrar en
el palacio.
- Kan ¿De
dónde
vienes tan sudado? –
Preguntó
extrañada,
los ejercicios físicos
se hacían
por la tarde y aun no era medio día.
- Del mercado, de comprar una tela para un vestido –
dijo sencillamente, y después
de darle un beso a su madre añadió –
voy a cambiarme a mi habitación,
quiero entregar la tela antes de comer en el campamento.
Su madre asintió con una extraña sonrisa en su boca que el joven Samurái
no pudo identificar, como tenía
prisa fue a lavarse y a cambiarse rápidamente. Poco después
salía
perfumado y limpio de la casa. Su madre, a la que no se
le había
pasado un solo detalle por alto mandó a Gui, un Samurái experto en camuflaje que siguiera a su
hijo y le informara después
de todo lo que había
hecho, así
como a dónde
llevaba el paquete.
Kan vio a su amiga a las afueras de la enorme tienda
que servía
como cocina al ejército.
Había
supuesto que estaría
aquí,
puesto que sólo
faltaba una hora para comer. Estaba sentada sobre la hierba con su larga
cabellera negra extendida sobre su espalda, el Sol se reflejaba en su pelo
dando aquella sensación
de que las estrellas vivían
entre sus cabellos. El joven Samurái estaba silenciosamente colocado a su
espalda, y se sorprendió
cuando vio que su mano estaba a punto de acariciar ese pelo que le tenía
tan fascinado. Retiró la
mano con un brusco movimiento que puso sobre alerta a Rosana, que se dio la
vuelta rápidamente
mientras que poniéndose
de pies se fijaba en Kan.
- Perdona – dijo el joven Samurái – No
quería
asustarte.
- Hola! – Respondió la joven – No te preocupes, estoy acostumbrada con
tanto Samurái
por los alrededores –
dijo sonriendo – te
acabas acostumbrando cuando vives en un campamento Samurái.
Kan sonrío, nunca lo había pensado! Para él era de lo más normal encontrarse de repente con un
amigo a un lado o con su padre en su espalda tocándole el hombro con su mano, símbolo
de que le había
pillado por sorpresa.
- ¡Tienes
razón! ¡No
me había
dado cuenta! –
Dijo rascándose
la cabeza despistadamente – ¡Qué
observadora eres! –
Rosana se río
ante la idea de que ese joven Samurái, que según decían era el más prometedor de todo el ejército
no se hubiera dado cuenta de algo tan obvio. – Eh… Rosana, quiero pedirte disculpas por mi
comportamiento de ayer, no pretendía avergonzarte de esa manera.
- No fue culpa tuya – contestó ella sentándose sobre la hierba e invitando que el
joven Samurái
se sentara a su lado –
fue culpa de ese mal educado de Omius que me puso en ridículo
delante de todos… – y
haciéndole
un guiño
de complicidad a su nuevo amigo añadió – hoy he añadido cinco guindillas a su plato ¡Va
a saber lo que es bueno ese sinvergüenza!
Kan agradeció internamente que le echara la culpa a su
Samurái y
no a él…
parecía
que los rumores sobre su terrible genio eran fundados!
- Yo quería darte esto para compensarte por el
incidente… – y
tendiéndole
el paquete de cuero esperó a
que lo cogiera.
Rosana miró el paquete extrañada; tenía una forma extraña y supuso que sería una bolsa de shurikens o alguna otra
arma rara Samurái… de
todas formas lo tomó
para no ofender al joven y después de dudar si abrirlo ahora o más
tarde decidió
que ya que el chico se había
tomado la molestia debería
agradecérselo
en el momento. Bajo la atenta mirada de Kan empezó a desatar las correas que mantenían
cerrado el paquete para encontrarse… ¡Con el trozo de tela más
bonito que había
visto nunca! Su color era perfecto! un azul claro precioso, su tacto era increíblemente
suave… ¿Podría
ser…? Sí! ¡Era
Seda! Seda de verdad! Cuando lo acariciaba sonaba un delicado sonido que hacía
desear tenerlo puesto, acarició el
trozo de tela contra su cara y miró feliz al joven.
- Kan, es precioso! ¿Cómo has podido escogerlo tan bien? – Y
antes de que el joven pudiera contestar añadió – ¿Por qué me lo has regalado? ¡No
hacía
falta! pero… ¡Es
tan precioso! No sabía
que fueras experto en telas! – Y
abrazándolo
de alegría añadió – ¡Oh
Gracias Kan!
El joven Samurái no sabía qué hacer, no había esperado una reacción
tan exagerada por parte de Rosana, en el fondo no era más que un trozo de tela… o
así lo
veía él!
Sin embargo estaba feliz por su amiga… y cerró los ojos para poder aspirar mejor el ensoñador
perfume que surgía
de los cabellos de la chica. Ella le soltó y empezó a medir si la tela sería
suficiente para coserse un vestido… mientras tanto Kan no se había
dado ni cuenta de que la había
soltado y estaba idiotamente sentado con los ojos cerrados balanceándose
ligeramente… sólo
despertó al
oír
el gritito de alegría
que soltó la
chica al comprobar que tenía
para más
de dos vestidos con aquel trozo de tela tan hermoso.
- ¡Eres
un cielo! – le
dijo – ¡Hoy
tendrás
ración
doble! – y
echó a
correr hasta su casa para guardar el trozo de tela en un sitio donde fuera
imposible que se estropeara – ¡Gracias
Kan! –
Gritó
mientras se alejaba.
Kan siguió un rato sentado viendo cómo
se alejaba graciosamente sin darse cuenta de que dos personas le observaban a
escondidas, una Gui, el Samurái
mandado por su madre para espiarle y otra el Cocinero, el padre de la joven.
Para cuando despertó de su ensoñación ambos habían marchado y ya era hora de comer. Kan se
levanto feliz por los acontecimientos del día. Había encontrado una familia para un niño y
había
hecho feliz a una nueva amiga… Aún
así el
joven Samurái
no acababa de comprender por qué su
corazón,
loco de alegría.
Intentaba escapar de su pecho para seguir a aquella joven en su graciosa
carrera.
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