Capitulo 7 EL VIEJO
SABIO
El Viejo Sabio siempre salía de su ermita muy temprano, antes de
salir el sol. Su viejo cuerpo no le pedía demasiado descanso y seguía
lleno de vitalidad. Apenas dormía
cuatro o cinco horas, despertaba rebosante de energía y salía a barrer el patio delantero de la ermita
para que los feligreses encontrasen un lugar limpio y ordenado en el que
pudieran ordenar pacíficamente
su alma. Sin embargo el primer caminante que pasaba delante de su lugar de paz
no era un feligrés
suyo.
Hacía
varios meses que Gr’anSan
venía
observando a ese jovencito. Antes solía jugar con los chicos de su edad, pero
desde hace unos meses su comportamiento había cambiado mucho… y eso le llamaba la atención
al Viejo Sabio. Aunque lo que más
le extrañaba
no era que ya no se relacionase con niños de su edad y sólo caminara junto a hombres mucho mayores
que él.
Lo que más
le extrañaba
al anciano clérigo
era el brusco cambio que había
sufrido su espíritu.
Gr’anSan
calculaba que en estos últimos
meses, el joven Kan, había
madurado el equivalente a 15 años.
Y eso sí
que le llamaba la atención.
El Viejo Sabio posó la escoba contra una de las paredes de
piedra que formaban su vieja ermita, y alzó la mano para llamar la atención
del Joven Samurái.
- Joven! – gritó a Kan – ¿Dónde vas tan temprano? A estas horas sólo
los demonios y los santos andan por la calle. Los primeros retornan a las entrañas
de la tierra a protegerse del abrasador sol y los segundos bajan del cielo para
proteger a los hombres de las calamidades y del mal. – Y como hacía todas las mañanas preguntó al Joven – ¿Tú qué eres? ¿Santo o Demonio?
- Ninguna de las dos cosas – Replicó con una sonrisa Kan, todas las mañanas
tenía
la misma conversación
con el anciano y todas las mañanas
las palabras eran las mismas, se había convertido en un ritual diurno entre los
dos – Sólo
soy un joven Samurái
que camina hasta los arrecifes para poder contemplar la belleza del amanecer y
la suavidad del fluir de las olas en el mar.
- ¿Y
por qué
haces tal cosa en vez de alargar tu descanso como el resto de los mortales? –
Preguntó el
Viejo añadiendo
una novedad a la conversación.
Kan quedó sorprendido, ya había
reemprendido el camino al considerar que la conversación había finalizado como tantos días
atrás;
tardó un
segundo en organizar sus ideas antes de mirar fijamente a los ojos del anciano
y responder…
- Porque mi espíritu guarda tal ansia por vivir la vida y
por actuar que le es difícil
mantenerse dormido más
de unas pocas horas al día.
Sólo
duermo lo suficiente para deshacerme del cansancio del día
anterior y despertar cargado de nuevas energías. – Kan hizo una pausa para comprobar si el
Anciano Clérigo
comprendía
lo que le decía.
El Sabio conocedor del corazón y
las almas de los hombres asintió y
con un gesto de su mano invitó al
joven a continuar –
Ver la belleza del amanecer renueva y dobla mis energías, pues hace renacer en mi espíritu
la fe por las causas justas y las buenas acciones. Por otra parte el suave
mecer de las olas calma mi espíritu
y me ayuda a ordenar mis ideas y a organizar mentalmente mis tareas diarias de
una forma más
tranquila y eficiente.
Violentamente el Viejo Sabio tomó su
gastada escoba y agitándola
en el aire replicó.
- ¿Entonces
qué
haces perdiendo el tiempo con un Viejo Estúpido? Ve, Corre! Que este viejo tonto te
ha entretenido y no quiero que por mi culpa te pierdas ni un momento tu tan
sagrado tiempo.
Kan, impulsivo por naturaleza, azorado de tal manera
por el anciano echó a
correr como alma que lleva el diablo hacia su lugar secreto.
- Y después, cuando retornes y pases por aquí,
pasa a ver a este viejo loco que quiere hablar contigo! –
Gritó Gr’anSan
al joven mientras corría.
Turbado por las palabras del joven, el Sabio Clérigo
delegó
esa mañana
las tareas clericales en su ayudante, un hombre de mediana edad que había
sido aprendiz de Gr’anSan
desde que era sólo
un niño.
El viejo Sabio se retiró a
su patio trasero desde donde vería llegar antes al Joven Samurái,
y se entretuvo barriéndolo
lentamente mientras dejaba que su mente viajara por los derroteros de la
meditación.
Pocos momentos después de que los broncilíneos
dedos de la Aurora dejaran de acariciar la ondulante superficie del mar, el
Anciano Clérigo
vio retornar tranquilamente a Kan por el camino del desfiladero. Su paso era
tranquilo y seguro, su postura era erguida, denotaba firmeza… y
sin embargo estaba exenta de presunción.
Una de sus manos acariciaba su barbilla, aquel mentón
joven que todavía
no era capaz de empezar siquiera a cubrir su cara con el vello de la madurez.
Su otra mano se movía
en el aire acompañando
los pensamientos del joven. Hubiera parecido un gran sabio meditando sobe la
importancia de la existencia del hombre sino fuera por que su joven piel y sus
músculos
aún
sin formar delataban su extrema juventud. Gr’anSan estaba convencido de que dentro de
ese cuerpo de niño
residían
el espíritu
y la mente de un hombre maduro, sabio y justo. Por eso quería
asegurarse de que sus intenciones eran justas y de que sus actos serían
los correctos.
Pues en caso de que la injusticia rigiera sus actos
aquel pequeño
sería aún más
temible que el peor de los demonios, pues si una cosa era segura era que ese niño
un día
cambiaría
las vidas de millares de hombres… y él debía saber si sería para bien o para mal…
- ¿Cómo
ha sido hoy el amanecer Joven Samurái?
- Precioso – respondió Kan resurgiendo de sus pensamientos –
precioso…
como siempre.
- Te he visto cruzar delante de mi ermita todos los días
durante meses –
dijo el Anciano Clérigo
mientras invitaba con un gesto de su mano al joven Kan a tomar asiento a su
lado – Y
en todos esos meses nunca has entrado a descargar tu alma de las malas acciones
que hayas cometido.
Kan miró con los ojos abiertos de par en par al
viejo clérigo
como sólo
los niños
saben hacer. ¿Realmente
habían
pasado meses? Le habían
parecido solo unos pocos días…
realmente el tiempo cada vez corría más rápido.
- Eh… –
Kan no sabía
que responder, al final miró al
Viejo Sabio con una mirada que reflejaba su inocencia y su arrepentimiento – Lo
siento –
Dijo sencillamente.
- Eso está bien… pero no es suficiente. – El
Anciano fijó
sus ojos en Kan para escrutar atentamente su rostro y no perderse ni la más mínima
reacción
de su rostro –
Dime entonces ahora cuales han sido tus malas acciones en todo este tiempo.
Incluidos los malos pensamientos…
La voz del Anciano Clérigo era dulce y firme a la vez, sin
embargo ni una sombra de miedo, ni la más mínima duda recorrió el rostro de Kan cuando respondió,
casi automáticamente.
- No he cometido ninguna – Y la mirada sincera que se reflejó en
sus ojos, junto con la inocente sonrisa, exenta totalmente de orgullo que se
reflejó en
su rostro convenció de
la veracidad de sus palabras al Viejo Sabio… el cual quedó increíblemente impresionado por la simple
afirmación
del joven Kan.
El Anciano meditó un momento, era obvio que Kan era
sincero, pero sin embargo era tan difícil… ¡Casi imposible!
- ¿No
has causado mal a nadie? –
Preguntó el
anciano y el joven respondió
negando efusivamente con la cabeza.
- ¿No
has tomado nada que no te pertenecía? – Kan negó con una incrédula expresión en su rostro que reflejaba que, para él,
eso era algo impensable.
- ¿Quizás
has tenido pensamientos negativos sobre alguna persona? –
Dijo el anciano mientras guiñaba
un cómplice
ojo a su interlocutor.
- No! ¿Debería
haberlo hecho? –
Replicó
Kan.
- ¡Por
supuesto que no! –
Dijo perdiendo los nervios momentáneamente- Perdona… Es que como haya muchos como tú… ¡Me
quedo sin trabajo! – Y
prorrumpió en
una enorme carcajada –
Dime, tampoco has tenido pensamientos extraños sobre las mujeres…
- ¿Como
qué? –
respondió
extrañado
Kan.
- No, nada olvídalo – ¡Tampoco eso! Claro, era demasiado joven… físicamente
solo era un niño,
aunque su mente fuera la de un adulto.
- Kan, acércate y mira… – dijo el anciano mientras sacaba un
paquete de semillas de entre su túnica blanca – Esta es mi distracción,
tú
miras el mar… yo
doy de comer a las palomas –
Diciendo esto arrojó un
gran puñado
de semillas delante de sí.
Inmediatamente un estruendoso batir de alas llenó el aire, y unas pocas palomas al
principio y después
docenas de ellas bajaron desde el techo de la ermita hasta, literalmente,
rodear al joven y al anciano.
- Mira atentamente a esas palomas Kan, puesto que son
iguales a los hombres.
El joven Kan no sabía a qué se refería el anciano, las palomas eran pequeñas
y grises, tenían
pico y alas…
Además
no sabían
hablar y volaban… ¡Eran
totalmente diferentes a los hombres! Sin embargo el Samurái
sabía
reconocer cuando un hombre sabio tenía ganas de hablar y dejó
que la sabiduría
del anciano fluyera por su boca como un dorado río que no encuentra ninguna resistencia a
su paso, mientras riega los puros pastos que ha de alimentar.
- Sí
Kan, veo en tu cara que te extrañas… pero estas palomas, aún
siendo totalmente distintas en su envoltura a nosotros… en su esencia son iguales. Igual que el
agua que recorre el pozo y el cubo son la misma agua… el comportamiento de las palomas es igual
al de los hombres.
- Míralas
atentamente Kan, míralas
y dime que es lo que ves.
- Veo a muchas palomas comiendo –
Dijo sinceramente Kan.
- ¿Seguro?
–
Dijo el anciano –
Mira mejor!
Kan reflexionó unos instantes y añadió.
- Bueno, realmente hay algunas palomas comiendo y
muchas que no.
- Y… ¿Por
qué
esas últimas
no están
comiendo Kan? ¿Acaso
no hay suficiente comida?
- Bueno… realmente sí hay comida bastante, si se juntaran un
poco más y
se acercaran aquéllas
del fondo…
podrían
comer más
del doble de las que realmente están comiendo.
- Y… ¿Por
qué no
se acercan? ¿Crees
que no tienen hambre?
- Está
muy claro que tienen hambre. Esa de ahí está flaquísima! – El Joven Samurái las miró atentamente – Parece que esas del fondo tienen miedo, y
por eso no se acercan.
- ¿Dices
que tienen miedo? – El
anciano sonrió y
miró
fijamente a Kan –
Pues dices bien. Tienes toda la razón. Tienen miedo y por eso no se acercan. Y
¿Por
qué
tienen miedo? ¿Les
vas a hacer algo? ¿Planeas
matarlas?
- ¿Yo?
–
Preguntó el
Joven Samurái – ¡Por
supuesto que no!
- Bien, yo tampoco… y a mí me conocen desde siempre, pues yo ya
estaba aquí
mucho antes de que ellas nacieran – El Viejo Sabio señaló al Joven Samurái y le dijo acusadoramente –
Kan, la culpa de que no coman es tuya ¿No sientes remordimientos?
- La verdad es que eso es lo que estaba pensando – El
joven Samurái
se rascó la
cabeza y al final desesperado preguntó – ¿Que puedo hacer?
- Bueno, puedes intentar decirles que no pretendes
hacerles caso e invitarles a que se acerquen a comer. – El viejo le invitó con un gesto de su mano a probar – ¡Inténtalo!
- Palomitas bonitas, palomitas bonitas –
pronunció
estúpidamente
Kan con una vocecilla aguda y suavizada con intención – venid a comer, no quiero haceros daño,
si no coméis
moriréis
de hambre, ¡Vamos
venid!!
Las palomas miraron a Kan como si estuviera loco y se
alejaron unos pasos más.
- Nada, no me hacen caso! – Exclamó agobiado Kan ¡Realmente quería que las palomas comieran!
- Puedes probar acercarte con un puñado
de comida en la mano… –
dijo el viejo –
quizás
al ver tanta comida cojan confianza y se posen en tus manos a comer…
A Kan le pareció grata la idea, así que cogió dos puñados de comida y se acercó
lentamente a las palomas mostrándoles
la comida. Estas al ver caer algún grano de las manos de Kan hicieron amago
de acercarse, pero al ver las manos llenas de semillas del joven Samurái
mientras este se acercaba…
echaron a volar espantadas por la cercanía del muchacho hasta posarse en el techo
de la vieja ermita.
- ¡No
lo entiendo! –
exclamó
enfadado Kan – ¡Estas
Palomas son tontas! ¿No
se dan cuenta de que yo sólo
quiero su bien? Si pudiera hacer que entrasen en razón… ¿Pero qué digo? – Exclamó dándose cuenta de un detalle – ¡Si
son solo palomas! ¡Son
desconfiadas y cobardes por naturaleza…
- ¡IGUAL
QUE LOS HUMANOS! –
Exclamó de
un grito el Sabio Clérigo
cortando los razonamientos de Kan.
El joven Samurái quedo paralizado al ver la sutil trampa
que le había
preparado el Anciano Clérigo,
y en su mente empezó a
brillar la llama del entendimiento… pero todavía sólo eran unas pocas chispas dispersas que
no eran capaces de alumbrar el complicado entramado de la argumentación
del anciano.
- ¿Entiendes
Kan?
- Todavía no estoy seguro …me quieres decir que todos los hombres son
cobardes por naturaleza?
- ¡Ni
mucho menos! – El
anciano palmeó el
asiento de piedra –
ven, vuelve a tu asiento y mira.
Kan así lo
hizo… y
después
de un rato sin entender nada de lo que estaba viendo preguntó…
- ¿Qué
estoy viendo anciano?
- ¡El
comportamiento de los hombres querido niño!
- ¿Me
lo puedes explicar clérigo?
– La
cara de Kan era una mueca torcida… como su cabeza, que estaba ladeada en un
vano intento de entender mejor el misterio.
- ¡Mejor
explícamelo
tú! – EL
joven Samurái
le envío
una mirada de misericordia – ¡Venga!
¡Descríbeme
lo que ves!
- Bueno, veo muchas palomas a nuestro alrededor –
empezó
Kan resignado –
unas pocas están
muy lejos, mirando y alargando la cabeza, pero tienen miedo de nosotros y no se
acercan. –
Kan las señaló
con un gesto – La
mayoría
está a
una distancia de un par de brazas de nosotros…
- La distancia justa de seguridad – añadió el
anciano y ante la mirada de extrañeza del joven agregó – Si
estuvieran a una braza, podrías
cogerlas con solo alargar el brazo. Estando a dos brazas, si haces un
movimiento brusco para intentar cogerlas… ellas tendrán el tiempo justo para echar a volar y
escapar – El
anciano indicó
con la mano a Kan que continuara su descripción.
- Pues estas palomas están picoteando unos cuantas semillas, aunque
son pocas porque la mayoría está a
nuestro alrededor – El
joven Samurái
guardó
silencio un segundo antes de añadir
– es
extraño
que no se acerquen más,
pues son muchas palomas para muy pocos granos.
- Exacto! Continúa por favor.
- Bueno, muy cercanas a nosotros –
Kan estiró un
brazo para demostrar sus palabras – dentro de la distancia de una braza están
cerca de una docena de palomas…
que se están
poniendo moradas, pues se están
comiendo la mayoría
de los granos que echaste al suelo.
- Muy bien! Veo que sabes describir muy bien – El
viejo señaló
las manos del chico –
Ahora extiende tus manos en forma de copa y dime lo que pasa.
El joven Kan, dándose cuenta de que todavía
llevaba en las manos las semillas que antes había cogido, colocó en
forma de copa sus manos, igual que cuando bebía de un río… y esperó . Unas pocas semillas cayeron de sus
manos, pero al momento una paloma enorme y preciosa se posó en
el borde de sus manos y se puso a comer de la gran cantidad de semillas que Kan
tenía
entre sus manos. Era obvio que ésta
era la paloma más
feliz de todas, pues después
de echarle un par de miradas de advertencia al joven se puso a comer como una
loca, con una gran ansia y una gran alegría. Kan la observaba con la boca abierta y
sin mover un solo músculo,
casi apenas respiraba de la emoción que sentía al tener al bello pájaro
entre sus manos. Era lo que antes había deseado con las otras palomas
asustadizas… al
ver que estaba segura en las manos del joven humano, la paloma relajó
sus plumas, retrajo una pata y se dispuso a comer esta vez de una forma más
calmada y relajada…
aunque con grandes bocados cada vez. Si las Palomas hubieran tenido boca en vez
de Pico, Kan habría
jurado que la paloma le sonreía.
- Bien jovencito – dijo el Anciano Clérigo
sacando al Joven Samurái
de su ensoñación – estoy
esperando a que me lo acabes de describir.
- Eh… –
exclamó
Kan buscando las palabras adecuadas – Una paloma está sobre mis manos comiendo absolutamente
todas las semillas que quiere… al
principio tenía
miedo, pero ahora ha visto que no tiene nada que temer de mí y
come confiada y tranquila.
- ¿Has
entendido ya lo que te quiero decir?
- Aún
no Clérigo
–
Dijo el joven ruborizándose
–
creo que voy viendo alguno de los matices del tapiz, pero aun no soy capaz de
admirar toda su belleza.
- Bien, te ayudaré – dijo sonriendo el Sabio Clérigo,
en realidad le gustaba resaltar ante los demás que era el más grande conocedor del corazón
de los hombres –
Las palomas que ves al fondo son infelices y pasan hambre, tienen la comida a
su alcance, solo tienen que volar hasta aquí, cerca de nosotros y cogerla…
pero su miedo les impide hacerlo. Temen que les hagamos algún
daño. – El
anciano hizo una pausa y miró al
joven, en su rostro se empezaba a iluminar la llama del entendimiento –
Realmente esas palomas son tan capaces de coger las semillas y comer como las
demás,
pero sus miedos les impiden alcanzar la comida…
- Los fantasmas del miedo y del fracaso los detienen –
Murmuró
Kan entre dientes.
- Perdona ¿Qué decías? – Preguntó el anciano – Mis oídos no son lo que eran…
- Nada, nada. Por favor continúa.
- Bueno, pues decía que son tan capaces de alcanzar la
comida y de comer como las demás,
pero que su miedo les impide alcanzar la comida cuando… ¡Simplemente tienen que hacerlo! – El
anciano miró
fijamente y con seriedad al joven – Esto le pasa a muchos hombres, sólo
han de actuar, de hacer las cosas, de luchar por ellas para alcanzarlas y
cogerlas… y
no lo hacen por miedo a fracasar.
- Estas palomas que hay más cerca – Continuó el Sabio cambiando de tono y señalándolas
–
como puedes ver, y tú
mismo has dicho, son la mayoría.
Se conforman con unos pocos granos seguros, aunque saben que hay bastante para
todas. La mayoría
de ellas se quedará
con hambre, y cada día
las verás
un poco más
flacuchas.
Unos días
tendrán
suerte y comerán
un poco más,
otros días
tendrán
menos suerte y comerán
un poco menos…
sin embargo la mayoría
de las veces sólo
tendrán
la comida justa para sobrevivir…
Realmente sólo
tienen que dar un pasito más,
acercarse a la comida… ¡Y
tendrán
toda la comida que quieran! – El
anciano se encogió de
hombros –
sin embargo prefieren estar allá, a
dos brazas de nosotros porque se sienten seguras… y esa falsa seguridad las condena…
porque ¿Cómo
pueden sentirse seguras si en el fondo de sí saben que no hay comida para todas? – El
anciano guardó
una pausa antes de continuar –
Muchas personas son así,
se agarran a una falsa seguridad y viven infelices y preocupadas, engañándose
a sí
mismas y tratando de pensar que son felices cuando en realidad…
temen que no les llegue la comida para sobrevivir.
Kan estaba con la boca abierta, las palabras del
anciano eran la sabiduría más
pura que nunca había oído… sólo
estaba describiendo el comportamiento de unas simples palomas… y
estaba descubriendo el corazón
humano a sangre viva… El
joven Samurái
cerró su
boca con la mano izquierda e intentó mantener la compostura para asimilar
mejor las palabras del Sabio Clérigo.
- Estas otras palomas que están a nuestro alrededor son afortunadas! ¿No
crees? – La
pregunta era retórica,
así
que no esperó a
que el joven le diera contestación – ¡POR SUPUESTO QUE NO! Estas palomas
simplemente han hecho lo que las demás no se han atrevido a hacer… ¡Acercarse
hasta nosotros y comer! – El
anciano esperó un
momento a que la sabiduría
impresa en sus simples palabras hiciera mella en Kan – Lo único que han hecho es arriesgarse a venir
hasta nosotros… y
comer. Nosotros no queríamos
hacerles daño ¡Por
eso les dimos la comida! – El
Viejo Sabio miró a
los ojos a su joven pupilo – Y
como confiaron, se arriesgaron… y
lo hicieron…
ellas dormirán
esta noche con la barriga llena! Mientras que las demás sienten envidia de ellas y piensan que
son afortunadas… – Gr’anSan
se rió de
si mismo –
Dirás
que son paparruchadas de un viejo, dirás que son sólo palomas… – El Sabio Anciano fijó su
mirada en el atento joven – ¿Pero
cuántas
personas duermen sintiendo envidia por los más “afortunados”? ¿Cuántos seres humanos achacan a la “fortuna”
que otros tengan más
que ellos? ¡MILLONES!
– El
anciano hizo batir su blanca túnica
espantando a algunas de las palomas más cercanas – y ¿Por qué ? Simplemente porque no han tenido
agallas para hacer lo que debían
hacer, porque no TIENEN valor para afrontar sus miedos y ¡ACTUAR!
– El
anciano andaba entusiasmado entre las palomas
- ¡No
se dan cuenta! No se dan cuenta de que lo único que tienen que hacer es ¡ACTUAR!
– Señaló a
Kan con un dedo en una especie de ataque de locura… o de cordura – Creen – dijo bajando su tono de voz – ¡quieren
creer! que la vida es cuestión
de suerte, que si hay una paloma que tiene más que ellas, que está más
cerca de la comida… es
simplemente porque tuvo más
suerte al aterrizar… y
no se dan cuenta, o no tienen el valor suficiente para dar un pequeño
salto y ganarse ese puesto privilegiado… simplemente con unos pequeños
pasos! – El
anciano al fin se relajó y
caminando lentamente volvió a
sentarse en su mármol
banco. –
Las que hacen eso, las que dan esos pequeños pasos consiguen todo aquello que ansían.
– Y
añadió
muy serio, mirando fijamente a Kan como miraría a un hombre al que va a revelar la
ultima y más
grande verdad que va a conocer en su vida – No creas que las palomas que tienen mucha
comida a su disposición
son pocas porque sea difícil
dar ese salto, o porque haya poca comida… son pocas porque la mayoría
de las palomas no tienen el valor suficiente para acercarse a la comida…
Kan no dijo nada, estaba bien claro lo que el anciano
le había
dicho. La sabiduría
de sus palabras era inmensa, por fin comprendía muchas cosas… no sólo de esa tarde, sino de toda su vida…
mientras pensaba esto Kan se fijó en la paloma de su mano, se había
quedado dormida justo encima de la comida, en ese momento despertó
ligeramente, cogió un
buen bocado de semillas, las tragó y volvió a dormirse.
- Y esa Paloma Kan – dijo tranquilamente el viejo –
Esa paloma eres Tú! – El
joven le miró
asombrado – Sí tú
Kan, porque como tú
esta paloma no se ha conformado con las migajas del suelo, tú
has ido directamente a la fuente y te has quedado a vivir en ella. – El
anciano se acomodó en
su asiento – Si
te acuerdas, al principio esta paloma estaba asustada como la que más,
sin embargo vio que la recompensa por confiar en ti, por subirte a tu mano era
enorme. ¡Esta
es la paloma más
feliz y rica de todo este palomar! – Dijo el anciano resaltando sus palabras
con un gesto de sus brazos que abarcó todo el patio – Después de arriesgarse vio que realmente estaba
segura entre tus manos y se dispuso a comer tranquilamente. Incluso ahora,
mientras las palomas del fondo pasan hambre… ella duerme tranquila, con la barriga
llena y con mucha más
comida a su disposición. – El
anciano señaló a
las palomas del fondo –
las demás
podrían
hacer lo mismo, podrían
volar hasta tus manos a comer y dormir tranquilas… tú incluso se lo ofreciste a algunas, fuiste
detrás
de ellas y ellas echaron a volar asustadas… ¿Acaso no tienen alas para volar a tus
manos? ¿Acaso
no tienen pico para comer? – El
anciano sonrió – Lo
que les falta es un corazón
puro que les infunda el valor suficiente para batir sus alas y volar hasta tus
manos.
Kan guardó silencio para meditar las palabras del
anciano…
eran ciertas, todas las palomas tenían las mismas oportunidades, la única
diferencia estaba en cual era la paloma que tenía el valor para hacerlo. Igualmente todos
los seres humanos contaban con las mismas oportunidades… la diferencia estaba en quienes eran
cobardes y se escondías
detrás
de culpabilidades y “suertes”… y
quienes eran valientes y hacían
lo que tenían
que hacer para alcanzar ese premio sublime.
- Aún más
anciano –
Exclamó el
Joven Samurái
entusiasmado –
mira las palomas, algunas son blancas y otras grises, unas tienen más
plumas y otras menos, unas tienen las patas enteras y a otras les ha comido un
dedo algún
gato…
sin embargo por ninguna de esas características externas podemos juzgar cuáles
de ellas se quedarán
con hambre y cuáles
no, por ejemplo aquella bellísima
paloma toda blanca –
dijo señalando
con su mano Izquierda, ya que en la derecha dormía la paloma-samurai – es
un paloma preciosa, con unas alas que sin duda le facilitarían
el volar rápida
y presta hasta la comida, sin embargo se queda allá, alejada y muerta de hambre porque le
falta valor. Y a esta de aquí le
falta una pata, y eso no le impide comer. Bellas y mutiladas, débiles
y Fuertes están
mezcladas…
pero ninguna de estas características
les hace alcanzar la comida, sino que es el valor y el coraje de su corazón
lo que les impedirá
morirse de hambre y comer!
- Exacto! Has entendido muy bien! Sólo
falta una cosa – El
anciano miró
fijamente al joven – ¿Te
acuerdas cuando te mandé que
ofrecieras las semillas a las palomas del fondo? A las cobardes… ¿Qué
ocurrió?
- Pues que huyeron, les parecería
que debía
de haber alguna trampa… y
prefirieron quedarse con hambre a arriesgarse.
- Pues así actúan muchísimas personas querido Kan… ¡E
incluso peor! Algunas a las que les ofreces en bandeja de oro las semillas del éxito…
huirán,
otras te insultarán,
otras sospecharán
de ti, otras te pondrán a
prueba… ¿Por
qué?
Porque su corazón
es débil
y cobarde, no tienen un verdadero espíritu luchador. Y dime Kan… ¿Quieres
personas así en
tu ejército?
Kan despertó en ese momento a una realidad que no había
visto hasta entonces, esta no sólo
era una simple lección
sobre el corazón
humano, la forma de comportarse de la gente y el cómo saber diferenciarlos, era también… ¡Un
consejo de incalculable valor! Porque si aprovechaba bien los conocimientos que
hoy había
adquirido podría
formar un ejercito de personas verdaderamente valientes y audaces, podría
desechar a todas las palomas cobardes y a las que viven en un mundo de sueños
y falsas realidades para quedarse solamente con aquellas que realmente eran
valientes y puras de corazón,
las que venían
ellas solas a comer las semillas del éxito y con aquellas únicas
palomas que iban directamente a comer de la fuente. ¡El suyo sería un ejército invencible!
- Claro que no quiero a cobardes en mi ejército!
A partir de hoy dejaré de
correr detrás
de las palomas cobardes y daré
las semillas únicamente
a aquellas que tengan el valor de saber captar y aprovechar la oportunidad a la
primera. ¡Porque
únicamente
esas son las que me interesan! ¡Sólo
las valientes y decididas!
- Perfecto! – Contestó el anciano – Porque yo llevo toda mi vida intentando
que las personas que son como aquellas palomas del fondo vuelen hasta la comida… ¿Y
sabes lo que he conseguido? –
preguntó al
joven – ¡NADA!
Que huyan una y otra vez… créeme,
por mucho tiempo que corras detrás de ellas no conseguirás
nada. Y eso no es lo peor ¿Sabes
que es lo peor?
- Sí! –
Contestó el
joven Samurái
sorprendiendo al Sabio Anciano –
Que cada segundo que pierdes con ellos es un grano que le quitas de comer a una
paloma que sí
quiere comer de tus semillas.
- Exacto! – Contesto Gr’anSan – ¿Y sabes lo que voy ha hacer ahora? – El
anciano miró
con cara divertida al joven –
Voy dejar de perseguir palomas cobardes y me voy a poner con las manos abiertas
a dar semillas a las palomas valientes, pues hoy he visto que es una tarea
mucho más fácil
y productiva. ¡Espera
aquí un
momento! – Y
diciendo esto desapareció
dentro de su vieja ermita.
Kan miró a su paloma y probó
intentar colocarla en su hombro, milagrosamente la paloma encontró más
agradable el hombro del joven que su mano y decidió quedarse a dormir tranquilamente en el
hombro del que ya consideraba su almacén personal de comida.
Al poco rato reapareció el anciano con un ligero saco y su vieja
escoba, y echándose
el primero encima de su hombro y tomando la segunda como si de una espada se
tratara preguntó al
joven Samurái…
- Admitís ancianos de noventa años
en tu campamento?
- ¡Sí
claro! ¿Deseas
ser un Samurái?
- ¿Tendré
que aprender a manejar la espada? ¿Es necesario que me levante al amanecer y
me acueste cuando la luna está en
su cenit? ¿Acaso
he de aprender y enseñar
todo lo que sé a
cientos de personas?
- Sí, sí y
Sí! –
Respondió
automáticamente
Kan.
- Pues entonces vamos… ¡Que estoy impaciente! – Y
añadió
mirando la paloma –
Por cierto te llevas a tu paloma-samurai.
- Parece que sí, me ha tomado por un almacén
de comida andante… – y
acariciando el suave pecho de la paloma añadió – Me parece que esta paloma ya ha
solucionado su vida para siempre!
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