Capitulo 10: CHANG
EL SAMURAI OSCURO
La bella joven se estiró entre las suaves sábanas
de seda. Su larga y reluciente cabellera negra recorría su cuerpo como si el manto de la noche
hubiera deseado posarse sobre la suave y pura tela. La estancia tenía
un suave olor a incienso y menta, el suave aroma penetró por sus pulmones haciendo aun más
agradable su lento despertar.
Una sonrisa de satisfacción y felicidad cubrió su
rostro cuando al abrir los ojos vio al hombre que amaba.
Kan estaba aún sentado en medio de la lujosa estancia.
Bellos tapices adornaban las paredes de una exquisita madera rematada con
adornos de oro y plata. El suelo, cubierto de un fino y suave tatami invitaba a
caminar descalzo sobre él.
En el techo una bella pintura ofrecía la imagen de un fénix
protector.
La muchacha miró otra vez al joven, aparentemente no se
había
movido en toda la noche. Rosana, ya totalmente despejada recordó la
dureza del día
anterior, poco después
de saber que estaba prometida al joven situado en el medio de la estancia había sufrido
un atentado contra su vida. De no ser por la rápida actuación de su prometido ahora mismo sus
familiares la estarían
llorando y enterrando. Aún
su vida corría
peligro, por ese motivo había
dormido en esa hermosa habitación,
la habitación
central del Palacio del General de Generales Samurái, sin duda el lugar más
seguro de todo el imperio. Aún y
así su
prometido había
decidido montar guardia toda la noche, se había sentado en medio de la habitación
en una postura de meditación y
había
permanecido igual toda la noche. La joven se preguntó si habría dormido o si, como sospechaba, esa
meditación
le permitía
estar alerta y descansar al mismo tiempo.
Rosana era una muchacha tímida por naturaleza, sobre todo en público.
Sin embargo en privado y con los seres amados era una “pequeña fierecilla indomable”
como solía
llamarla su padre. Contenta gracias a un descanso reparador, decidió
gastarle una pequeña
broma a su reciente prometido. La mujer alargó la mano hasta la mesita que se encontraba
al lado de su cama y agarró
silenciosamente un pequeño
broche de bronce que solía
utilizar para atar su larga melena en un práctico moño cuando ayudaba a su padre en su trabajo
en la cocina.
Silenciosamente se sentó sobre la cama tapándose lo más posible con las mantas, apuntó y…
lanzó el
bello adorno contra el omóplato
derecho del joven con una pícara
sonrisa de triunfo en la boca.
En menos de un parpadeo el joven presintió el
broche, alargando una mano hacia atrás, lo agarró en pleno vuelo en el aire con la misma
facilidad con que Rosana lo había
cogido de la mesita. Y dándose
la vuelta burlonamente dijo:
- ¿Has
perdido esto? –
Pronunció
alegre Kan – ¿Me
parece que se ha caído
del pelo? –
dijo juguetón
mostrando el broche de la chica en su mano.
Rosana lanzó un bufido fingiendo indignación,
en el fondo estaba impresionada pero no quería reconocerlo… al menos no tan fácilmente.
- ¿Qué
tal has dormido? –
Preguntó el
joven – Te
revolviste mucho por la noche.
- Al principio descansé mal – reconoció la joven – pero después de despertar un par de veces dormí de
maravilla – y
estirándose
agregó – ¡Son
tan cómodas
estas sábanas
de seda!
Al decir eso se le escapó la sábana de las manos, deslizando rápidamente
por su cuerpo. La joven alarmada alargó la mano, tomó las sábanas y se tapó pudorosamente, debido a la rapidez de la
decisión
la noche anterior había
tenido que dormir desnuda al carecer de ropa de dormir. En su desliz había
enseñado,
sólo
durante medio segundo, un poco más de lo que deseaba. Después
de comprobar que estaba ya tapada correctamente escrutó al joven que había delante de ella intentando hacerse creer
que quizás
no había
visto nada distraído
con alguna otra cosa.
La mirada del joven estaba fijada en ella, así
que era obvio que no se había
perdido nada del “espectáculo”,
la joven no pudo menos que ruborizarse, tímida por naturaleza no pudo pronunciar
ninguna palabra aunque hubiera deseado decir algo…
El joven, notando su vergüenza intentó subirle el ánimo a su amiga.
- No sé
por qué te
tapas tanto –
dijo –
Eres muy hermosa, tanto encima como debajo de las sabanas.
Rosana enrojeció de cólera ¡Sería descarado! Le miró
fijamente dispuesta a cantarle las cuarenta cuando… se fijó en la inocente mirada del muchacho. La
miraba como se puede mirar una bella pintura, no había nada lascivo ni pervertido en él,
más
bien todo lo contrario, su mirada sólo reflejaba una inocencia increíble.
En ese momento la joven recordó
las palabras del General de generales el día anterior “¡Mi
hijo es más
inocente que una lechuga!”
había dicho…
Rosana no pudo menos que imaginarse a Kan como una lechuga gigante con kimono y
espada Samurái.
Ante la mera idea de que estaba prometida a una “lechuga Samurái” no pudo contener una enorme carcajada.
- ¿De
qué te
ríes?
–
Dijo el Joven Samurái
incómodo
– ¿He
dicho algo inapropiado?
- No Kan – contestó alegre conteniendo la risa –
todo lo contrario – y
lanzándole
un beso añadió – ¡Eres
un cielo!
Ahora fue el joven quien se ruborizó de
arriba a abajo, la joven no pudo contener el pensamiento de pensar que igual en
vez de una lechuga samurai era un “tomate Samurái!”. Una risita contenida cruzó la
cara de la bella muchacha que, temiendo ofender a su salvador, se controló
para que no fuera a más.
- Estoy muy contento de saber que eres feliz –
dijo el joven comandante acercándose
al lecho de la hermosa muchacha y sentándose en su borde.
Rosana se intranquilizó un poco, un mar de sentimientos cruzó su
pecho. Por un lado Kan la había
salvado de la muerte el día
anterior, también
sabía
que era su prometido y que era aún un niño inocente, pero ella no podía
dejar de ver a un Samurái,
a un hombre y después
de todo ella estaba totalmente desnuda debajo de las sábanas y él estaba allí sentado tranquilamente en su lecho, es
cierto que lo hacía
con inocencia, sin segundas intenciones, pero la joven no pudo menos que
ruborizarse y sentirse un poco insegura… a la par que también
se sentía
segura por la protección
que sabía
que el joven le brindaba ante cualquier ataque… en un momento cortó el
hilo de pensamientos temiendo que su prometido pudiera leerlos en su cara, sin
embargo después
de mirarlo fijamente comprendió
que él
no era capaz de intuir tales cosas. Quizás fuera un Comandante Samurái
exquisitamente entrenado en el arte de la guerra y los ejércitos,
pero respecto a mujeres aún
sabía
menos que la mayoría
de los hombres ¡Y
eso ya era decir poco!
Kan por su parte interpretó el tibio rubor de su prometida como un
efecto secundario de la risa. Tampoco le extrañó su
silencio pues él
lo agradeció
para poder contemplarla hermosa y pálida contra la suavidad de las sedas y el
negro ondular de sus cabellos.
Justo en ese momento Rosana se dio cuenta de cómo
contemplaba su prometido su larga cabellera negra. La joven estaba muy
orgullosa de él y
en ese momento se le ocurrió
una idea, con un movimiento de su brazo cambió de postura el largo fluir de sus cabellos
recostándolos
por encima de su hombro derecho y colocándolo por encima de las sábanas.
De esta forma, mientras ella permaneciera sentada, sus propios cabellos le cubrían
el cuerpo por encima de las sábanas,
aun en el caso de que se le resbalase la sábana otra vez su pudor quedaría
totalmente tapado por sus negros cabellos.
- ¿De
verdad te parezco guapa? –
Preguntó
ella al fin.
- Eres más que eso, eres muy hermosa –
contestó
honestamente Kan.
Una sonrisa elevó el ánimo de la muchacha que justo iba a decir
algo cuando sonó la
puerta.
- Es Gui – susurró Kan antes de decir más
alto – ¿Quién
es?
- Soy Gui comandante – dijo el interpelado detrás
de la puerta – me
manda su madre, desea que acudáis
a desayunar al salón
principal.
- ¿Y
por qué no
me lo dice ella misma? –
Preguntó
extrañado
Kan – Si
está ahí
mismo contigo –
Una mueca de sorpresa cruzó la
cara de Rosana ¿Acaso
su prometido veía a
través
de las puertas?
- Eh… –
contestó
nervioso el experto en camuflaje detrás de la puerta – Su madre pensó que yo resultaría menos… “agresivo” para su prometida, no deseaba causarle
pesar –
contestó
sinceramente como se espera de todo Samurái. Después de decir esto se escuchó un
enfadado bufido procedente de una mujer que decía algo así como “estos hombres no saben nada!!!”
Kan miró sorprendido a Rosana, visiblemente
incomodada por la discusión y
decidió
atajar el asunto contestando.
- De acuerdo, en 15 minutos estaremos en el salón – y
después
de escuchar atentamente unos segundos añadió – y Mamá, márchate con Gui.
Rosana miró atentamente a su prometido, el cual le
explicó
sencillamente:
- Mi madre es muy amiga de espiar detrás
de las puertas –
durante un momento su mirada se perdió en el infinito y al fin dijo – ya
puedes estar tranquila, la persona más cercana está a 15 metros de la puerta.
- ¿Cómo
puedes saberlo? –
preguntó
impresionada la joven.
- Oh! Es muy sencillo, es parte de mi entrenamiento
samurai –
explicó –
además
yo he crecido en este lugar, así
que me es más fácil
situarme que, por ejemplo, en un bosque.
Rosana meditó un momento sobre el hecho, eran increíbles
todas las habilidades del joven…
tanto como que se refiriera a ese increíble palacio como “este lugar” ¡Igual que si fuera una simple choza!
-Será
mejor que te vistas –
dijo el joven, ella le contestó
con una significativa mirada ¡No
pretendería
que se vistiera delante de él!
Ni qué
decir tiene que Kan no entendió la
mirada de la joven, después
de un rato pensó
que igual le estaba pisando la sábana, miró donde estaba sentado pero comprobó
que no, así
que lanzó
una inocente mirada a la joven… la
cual le fulminó
con la mirada. ¿Qué
era lo que pasaba? Kan al final comprendió… o
creyó
comprender. ¡Pero
no era para tanto!. Alargó su
mano, cogió la
ropa de la joven y se la tendió,
al ver que no la cogía
se la posó al
lado.
- ¿No
pretenderás
que me vista delante tuyo, VERDAD? – dijo a la par enfadada y divertida ante
la visión
del desconcertado joven, el cual quedó durante un momento paralizado pensando en
cuál
era la respuesta correcta.
- Eh… ¿Sí? –
Contestó tímidamente.
Un sonoro bofetón cruzó la cara del joven.
- ¡Ay!
–
exclamó – ¿La
respuesta era no??? –
preguntó tímidamente
¡Vaya
genio!, al ver el cabeceo de la joven, Kan se levantó y fue hasta la puerta. Dudó un
momento antes de salir, no deseaba dejarla sola, además no comprendía el por qué del asunto y menos de la bofetada, así
que preguntó
inocentemente…
- ¿Tengo
que salir de la habitación? – y añadió – no
quisiera dejarte sola…
por si acaso.
La chica meditó un momento y al fin contestó:
- Con que te quedes ahí es suficiente – y aclaró por si acaso – pero tienes que prometerme que no te darás
la vuelta hasta que yo te lo diga.
- Te lo prometo – después por si acaso añadió – te prometo que si no oigo ningún
ruido extraño o
ningún
peligro inminente no me daré la
vuelta… –
después
de dudar preguntó – ¿Te
vale eso?
- Sí – Rió la
joven que ya había
saltado de la cama y se estiraba tranquilamente disfrutando de la suave sensación
del tatami debajo de sus pies. Azotó su cabello para su espalda y pícaramente
se acercó
hacia su prometido con la total seguridad de que Kan nunca incumpliría
una promesa como Samurái
de honor que era.
- ¿No
has descansado nada en toda la noche? – preguntó acariciando suavemente la espalda del
joven buscando músculos
tensos y después
de encontrar un par de ellos empezó a masajeárselos suavemente.
- ¡Qué
gusto! –
susurró
Kan – No
he dormido, si es eso lo que preguntas. Simplemente he meditado, mantiene
descansado el cuerpo y alerta la mente – casi no podía pronunciar las palabras del placer que
sentía
con el ágil
masaje de la joven en su espalda – ¿Te puedo preguntar algo?
La mujer guardó silencio un momento, estaba disfrutando
con su juego, estaba completamente desnuda en una lujosa habitación
con su prometido, eso la hacía
sentirse muy mujer. A la par el joven era un hombre de honor con el que estaba
totalmente segura y que, realmente, no la estaba viendo, así
que en la práctica
era igual que si ella estuviera totalmente vestida delante de él
charlando amigablemente. Curiosamente, a parte de su timidez habitual, la
situación
le proporcionaba una seguridad en si misma y una feminidad de la que estaba
disfrutando.
- Pregunta – contestó al fin.
- ¿Por
qué me
has mandado que me diera la vuelta? – y añadió ofendido – ¿Y por qué me has pegado? – después como si temiese algo añadió – ¿Te
he ofendido en algo?
- ¿De
verdad no lo sabes? –
preguntó
extrañada
y sorprendida ¡Si
que era inocente como una lechuga!
- Si lo supiera no lo preguntaría –
contestó
molesto Kan mientras la mujer notaba que sus músculos se tensaban incómodos.
- Relájate
–
ordenó
ella, él
se destensó y
una sonrisa cruzó la
cara de la bella muchacha – No
sabes nada de mujeres –
era una afirmación,
no una pregunta, después
de pensarlo un momento continuó. – a
las mujeres nos molesta que los hombres nos vean desnudas –
dijo al fin.
- ¿Por
qué?
- ¿Por
qué? – la
sencilla pregunta alarmó a
la joven que interrumpió su
masaje…
pero continuó
después
de un leve gimoteo del joven –
Bueno, supongo que nos hace sentir inseguras. Además un hombre no suele mirar a una mujer
desnuda con muy buenos pensamientos.
- ¡Yo
no tengo malos pensamientos! –
exclamó
Kan no del todo seguro de que eran “malos pensamientos” – además no tienes por qué sentirte insegura porque te mire ¿Acaso
no te miro cuando estás
vestida? – La
muchacha no sabía
si le acababa de gustar que Kan “la mirase” cuando estaba vestida…
pero decidió
que lo decía
con buena intención –
Eres preciosa, no deberías
avergonzarte de ti misma. Ninguna mujer es tan hermosa como tú.
La sencilla afirmación encantó a la joven que reaccionó
impulsivamente poniéndose
de puntillas y lanzando un beso a la mejilla de Kan desde la espalda. Al ver
que este giraba un poco la cabeza se la sujetó con ambas manos para que mirase otra vez
hacia la puerta.
- No soy tan hermosa! – contestó medio en serio medio en broma Rosana – ¿No
crees que Escila es más
guapa que yo?
Kan lo meditó y momento y rápidamente contestó.
- Sois distintas, Escila es Rubia y de ojos azules, tu
pelo es… –
dudó un
momento –
como la noche iluminada por las estrellas – la descripción encantó a la joven – y tus ojos son como puntos negros en los
que me hundo cada vez que los miro – Kan sentía algo de vergüenza al decir lo que sentía,
pero sencillamente no encontraba otra forma de expresarlo –
Escila está
algo morena por el sol, tú
eres blanca como la leche – y
después
de dudar un momento añadió –
además
Escila es demasiado… ¿Cómo se
dice?
- Voluptuosa? – Le ayudó al joven.
- Sí
eso, voluptuosa –
contestó
incapaz de pronunciar correctamente la palabra.
- Yo creía que eso era algo que gustaba a los
hombres –
dijo interesada la joven sin darse cuenta de que se había abrazado a la espalda de Kan para
susurrarle al oído
y escucharle mejor.
- Normalmente sí – contestó él – suelo escuchar muchos comentarios sobre
los distintos tamaños
de.. las voluptuosas mujeres. – la
palabra se le seguía
atragantando, lo cual causaba un visible agrado a la joven –
pero yo no le veo un por qué,
quizás
sea porque soy aún
joven y eso son cosas “de
mayores”
pero creo que una Samurái
es mejor si no es tan…
eso, que si lo es. Debe de estorbar mucho en la lucha!
Rosana no pudo reprimir una carcajada y le propinó
otro beso en la mejilla al joven antes de separarse e ir, al fin, a vestirse
sin poder reprimir un pensamiento “Depende del tipo de lucha”.
Rosana y Kan entraron de la mano en el gran salón,
la madre del muchacho los miraba entre con pena y alegría y los invitó a sentarse a la mesa. Kazo presidía
la mesa y los dos jóvenes
se sentaron en el medio de la larga mesa uno al lado del otro.
- Padre – dijo Kan mientras se servía
una taza de zumo – he
estado pensando esta noche –
dijo enigmáticamente
– he
decidido que sólo
hay una forma de acabar con esto – y mirando fijamente al general de
generales añadió – He
de ir a luchar contra el asesino personalmente.
Kazo meditó un momento, había previsto una acción
similar y contestó:
- Eso sería inútil – al ver la cara del muchacho añadió –
cuando acabases con el asesino, otro vendría en su lugar. Como reza el dicho “Para
prender a los bandidos captura al que los manda.” – Kan asintió pues lo conocía – Hay que acabar con el padre de tu otra…
falsa prometida. –
después
de un segundo añadió –
con “Chang,
El Samurái
Oscuro”
Rosana se atragantó, no le gustaba cómo sonaba eso. Ya había
visto las habilidades de Kan y sólo era un muchacho, un poder similar mal
utilizado sería
horrible!
- Bien, lucharé contra ese Chang en combate singular, le
venceré y
volveré –
dijo simplemente Kan mientras acababa de desayunar – ¿Dónde puedo encontrarlo?
Kazo miró a su hijo, el joven Samurái
creía
que todo el mundo cumplía
su palabra y su honor, no se daba cuenta de que algunos seres como Chang hacían
uso de las más
torcidas artimañas
para conseguir lo que deseaban. Un ligero temor por su hijo recorrió el
cuerpo del anciano Samurái,
no sabía
si Kan estaría
ya preparado para enfrentarse a la realidad por su cuenta.
- Chang está exiliado en una pequeña
isla muy al sur. Una zona volcánica
muy peligrosa donde él
mismo se ha refugiado. –
explicó el
anciano Samurái –
nunca la hemos atacado pues sería
una pérdida
inútil
de vidas, ningún
ejército
puede recorrer la zona sin sufrir graves pérdidas por los nocivos gases y la lava
ardiente…
eso sin contar que habría
que hacer frente a un ejército
de renegados que no tienen sentido del honor, dispuestos a hacer lo que sea
para conseguir la victoria.
- Pero eso es horrible! – saltó la joven
Kazo asintió con la cabeza, para él
se había
guardado que esos renegados eran, en su mayoría, gente engañada y utilizada, que temía día a
día
por su vida, pues si fracasaban en una misión serían ejecutados sin contemplaciones…
tanto ellos como sus familias.
- Por desgracia no es posible erradicar la maldad de
la tierra, siempre habrá
gente malvada… –
Kazo suspiró – lo
único
y lo mejor que se puede hacer es enseñar el camino correcto a cuantas más
personas mejor, pues de esta forma los salvarás del camino de las desgracias, la
envidia, el fracaso, la estafa, el asesinato y la depravación.
Kan continuó pensativo, lo había decidido, esa misma mañana
se reuniría
con sus Samurais y formarían
una tropa de élite
con la que atacarían
el reducto de Chang para terminar con sus maldades y así se lo dijo a su padre.
- Si tan decidido estás yo mismo te acompañaré –
Rumiko y Rosana temblaron visiblemente – Triplicaré la guardia de palacio para que cuiden de
tu madre y tu prometida, mis mejores Samurais quedarán aquí junto con Gui para guardarlas, y
marcharemos Siete Samurais para cortar el tema de raíz.
Kan asintió y se iba a levantar cuando Rosana le tomó la
mano “quiero
hablar contigo a solas” le
susurró al
oído.
El joven asintió y
después
de disculparlos se dirigieron a la puerta. En el último momento Rosana volvió
sobre sus pasos y susurró
unas palabras al oído
de Rumiko, la cual asintió e
hizo un gesto con la mano, cuando los dos jóvenes prometidos salían
por la puerta principal Gui partía presto a cumplir las órdenes
de la Gran Dama.
Kan y Rosana se dirigieron a los jardines interiores
del palacio. Kan podía
sentir la presencia de varios Samurais de la guardia de palacio escondidos en
las sombras. Sin embargo su entrenamiento incluía la discreción, nada de lo que se dijeran los jóvenes
prometidos sería
nunca repetido.
- Temo por ti – dijo al fin la joven – sé
que eres poderoso y capaz, pero te vas a adentrar en un terreno desconocido
para ti, donde estarás
en desventaja y donde cabe la posibilidad de que fracases.
Kan sonrió tranquilamente, ese era un buen resumen
de la vida del Samurái.
Meses atrás – ¡Parecían
años!
–
había
decidido hacer frente a la vida del Samurái, ya su primer día venció a los fantasmas del miedo y del fracaso.
El sabía
que siempre estaban ahí,
al borde del camino, intentando capturarlo para que se rindiera, ahora hacían
uso de su bella amada para que dejara de intentarlo.
- Si no lo intento ya habré fracasado ¿Lo entiendes? – La joven asintió reconociéndolo – es cierto, siempre puedo fracasar, nada
en esta vida es seguro. Pero nunca me entregaré sin antes haber luchado con todas mis
fuerzas. –
Kan hizo una pausa para dejar que la joven comprendiera – Me
hice una promesa a mi mismo hace mucho tiempo de que así actuaría siempre. – después de otra pausa añadió – Sé que arriesgo mucho, mi apuesta es muy
alta amor mío – La
joven quedó
paralizada por las palabras y escuchó atentamente – me juego mi propia vida, si fracaso la
perderé… si
obtengo el éxito
te ganaré a
ti. Y contigo la felicidad de toda una vida – El Comandante Samurái
la miró
directamente a los ojos –
Sin riesgo no hay beneficio. –
ella asintió
calladamente – La
recompensa vale la pena – él
sonrió
ligeramente – me
arriesgaré y
triunfaré.
Rosana entendió muchas cosas en ese momento. Sólo
gracias a un continuo arriesgar Kan había conseguido llegar a ser lo que era
actualmente. En un principio se habría arriesgado a triunfar y a cambiar.
Seguramente habría
sufrido desprecios y burlas por trabajar para cumplir sus sueños.
Poco a poco había
ido consiguiendo pequeños
logros que le habían
forjado como hombre y como Samurái.
La joven, por un momento, volvió a
ver al hombre escondido en el niño y supo que estaba ahí,
esperando a aflorar cada vez más
poderoso y seguro de si mismo.
- Entonces te ayudaré – contestó ella al fin posando sus labios suavemente
sobre los de él.
Poco después se encontraban en las habitaciones donde
habían
pasado la noche, sin darle ninguna explicación la joven le había arrastrado corriendo hasta ellas. Al llegar
había
mirado a su alrededor y sonreído.
Después
cerró la
puerta detrás
de ellos y atrancó la
puerta con el cerrojo. Kan estaba anonadado y no sabía cómo reaccionar. Ella tomó
una toalla de encima de la cama y se la arrojó al pecho, el joven la tomó en
el último
momento y la miró
extrañado.
- Desnúdate
–
dijo ella riéndose
pícaramente.
El joven Samurái quedó pasmado por la insólita
petición.
Sin embargo, acostumbrado a obedecer y a actuar empezó a desabrocharse la parte superior de su
kimono. En el último
momento sonrió
como si se acordara de una antigua broma y dijo:
- De acuerdo, pero date la vuelta
Ella sonrió, medio indignada, medio divertida, pero
cumplió su
petición,
aunque Rosana, más
astuta por naturaleza miró al
joven utilizando para ello el reflejo de uno de los dorados adornos de las
paredes mientras su sonrisa pícara
aumentaba por momentos. Lo que más le sorprendió fue la gran cantidad de armas que el
joven guardaba entre los pliegues de su Kimono Samurái. Cuando acabó le dijo sencillamente.
- Tápate
con la toalla
El joven tomó la toalla y se la enroscó en
la cintura. Un segundo después
extrañado
por el detalle de que la mujer supiera exactamente en qué
momento había
terminado la miró y
buscó
con la mirada por la habitación.
Poco tardó en darse cuenta del engaño
de la mujer y se rió
ante su astucia haciéndole
una seña
por medio del reflejo.
Rosana se rió abiertamente y puso una sonrisa de “te
gané” a
la par que se daba la vuelta.
- Ahora métete en la bañera – ordenó señalando.
Kan miró una gran bañera de bronce que había
sido situada en una esquina de la habitación junto a una mesita repleta de hierbas,
se fustigó
mentalmente por no haberla advertido, de haber sido un enemigo los habría
matado a los dos. Sólo
entonces se dio cuenta de lo mucho que había relajado su defensa en los últimos
minutos.
Kan tanteó el agua con su mano ¡Estaba
ardiendo! miró de
reojo a su prometida pero su postura no admitía réplicas. Suspiró y metió una pierna en el agua, después
de dudar un segundo dejó
que la toalla deslizase entre sus piernas y se posara en el seco suelo, él
no tenía
los mismos prejuicios de la joven, sólo había querido darle a probar una muestra de su
propia medicina. Arggg ¡El
agua estaba realmente ardiendo!
- ¿Pretendes
guisarme? – Preguntó el
joven.
Rosana sonrió como única respuesta, a la par que tomaba una
pequeña
esponja marina y la untaba con una pastilla de un agradable jabón.
Después
empezó a
frotar al joven con la esponja para limpiarle y masajearle al mismo tiempo.
- Te has pasado toda la noche despierto –
susurró
ella –
tus músculos
están
tensos y resentidos, necesitan un poco de descanso si vas a afrontar una
batalla –
razonó
ella –
necesitarás
estar al tope de tus posibilidades ¿Verdad?
- Tienes razón – contestó él relajándose – pero podías haber esperado a que se enfriase un
poco el agua no crees?
- No! –
contestó
ella enérgicamente
–
este calor ayudará a
relajarse a tus músculos,
mira – señaló – tú
piel ya está
roja, eso indica que tu sangre está fluyendo con más libertad, limpiando tu cuerpo por dentro
y nutriéndolo
–
explicó
ella – yo
que estaba segura que un fornido samurai como tú no tendría problemas en aguantar un poquito de agua
caliente – se
burló.
- Y no lo tengo! – se defendió ofendido – Sólo había sido un comentario. –
refunfuñó.
- Además –
siguió
como si él
no hubiera dicho nada – en
esa isla habrá
mucho calor, necesitas tener los poros muy limpios para poder sudar
adecuadamente y no desmayarte por el calor. – dijo mientras le frotaba la espalda.
- ¿Cómo sabes
tanto de medicina? –
preguntó él
directamente.
- Desciendo de una larga familia de médicos
y herbalistas –
ante la mueca del joven ella aclaró – mi padre es “la oveja negra de la familia” – en
vez de utilizar las plantas para curar… ¡Prefiere cocinarlas y comérselas!
–
una carcajada surgió de
la joven como si fuera una vieja broma familiar. – si hicieras un poco de memoria recordarías
que mi madre es la que se encarga de efectuar los primeros auxilios a los
samurais en la batalla.
- No lo sabía – contestó honestamente Kan – nunca he acudido a una batalla con el ejército
–
calló un
momento para tragar saliva –
hasta hoy.
Rosana se preocupó por este hecho, pero ahora ya nada podía
hacer para cambiar la decisión
de Kan…
menos apoyarle y ayudarle en todo lo posible.
- No importa – le dijo ella besándole la mejilla – seguro que lo harás de maravilla – y antes de que él pudiera contestar hundió su
cabeza en el agua de un tirón!
Kan pataleó y tiró hasta que al final sacó la
cabeza del agua, no había
podido tomar aire e instintivamente había tragado un buen bocado de agua.
- ¡No
te entiendo! –
dijo al fin –
primero me besas y luego me intentas matar – añadió ofendido – ¿Me quieres o me odias?
Rosana quedó fría ante la directa pregunta del joven, no
pensaba que fuera a hacerle esa pregunta tan directamente, avergonzada metió
otra vez la cabeza de Kan bajo el agua, pero esta vez él estaba preparado y pudo aguantar la
respiración
durante el minuto que la joven, distraída en sus propios pensamientos, lo mantuvo
en esa posición.
- No te odio – le dijo al fin sacándolo
del agua – y
si me comporto así… –
dijo seductora – es
sencillamente porque soy una mujer. – Le había dado una respuesta lo suficientemente
buena, razonó
ella, no decía
nada ¡Y
decía
mucho!
Kan quedó pensativo unos momentos recostado
relajado contra la bañera
mientras Rosana le lavaba el pelo con un suave masaje en la cabeza que hacía
sus más
gratas delicias. Por lo que sabía
podía
ser que el minuto siguiente estuviera otra vez bajo el agua, así que
decidió
que lo mejor era disfrutar cada segundo agradable y procurar no salir mal
herido de los ataques de genio de la mujer. Estaba decidido a disfrutar todo lo
posible esos momentos. Después
de todo cabía
la posibilidad de que estos fueran sus últimos momentos juntos. Kan era inocente,
pero no iluso, como samurai entrenado tenía plena conciencia de que podía
morir en sólo
unas pocas horas bajo el filo de una Katana enemiga. No permitiría
que pequeños
detalles sin importancia estropeasen ningún momento de su vida.
No tanto lo era la joven Rosana que, quizás
por su juventud, creía
que aún
le quedaban largos años
de vida, de no haber sido así
quizás
se hubiera entregado a disfrutar esos instantes con la misma intensidad del
joven y sabio samurai.
Después
del baño
caliente, la joven tumbó a
Kan boca abajo en la cama y, sentándose sobre él con suavidad, empezó a
masajearle primero la espalda, seguido de la cabeza, los brazos y los músculos.
Al principio de una forma suave, casi acariciándolo, para a continuación
ir aumentando la presión
hasta relajar y destensar todos los músculos del joven.
- Estoy en la gloria – logró balbucear el joven.
- Cuando acabe – dijo sonriendo la chica – te
encontrarás
totalmente descansado y sin tensiones, como si fueras un “nuevo
Kan”
recién
sacado de su envoltorio.
- Eres maravillosa – balbuceó por respuesta Kan
- Gracias – contestó ella sencillamente – sólo
quiero que vayas a la batalla al máximo de tus posibilidades, ya que yo no
voy a poder estar a tu lado para curarte las heridas y.. –
después
de tragar saliva nerviosamente añadió – como no puedo parar las Katanas por ti.
Al menos puedo ayudarte para que ningún músculo te falle y a que no sufras fatiga
mientras peleas.
- Eres maravillosa – repitió sencillamente el joven guerrero.
- Si tanto me lo repites me lo voy a creer! –
replicó
ella contenta. Después
venciendo su timidez se tumbó
como una ligera pluma sobre la espalda de su protector y lo acarició
suavemente…
quizás
no volviera a verle vivo nunca más pensó y cerró los ojos disfrutando del suave aroma del
joven.
Tres bruscos golpes sonaron en la puerta. Antes de que
el primero acabase de sonar, Kan ya había abierto los ojos, se había
despertado y había
analizado la situación.
Estaba en la habitación más
profunda de palacio, se había
quedado dormido durante el masaje que Rosana le había dado. La joven estaba tumbada sobre él,
aún
dormida. La habitación,
a parte de ellos, estaba vacía,
había
alguien detrás
de la puerta y sus armas estaban a más de 3 metros de él.
Kan se reprendió cuando sonó el segundo golpe. Podía
ser un enemigo, de un movimiento se libró de Rosana, la cual se despertó de
su duermevela, y dando una voltereta saltó hacia sus armas agarrando su espada
Katana. Con el tercer golpe se puso en posición delante de la puerta, listo y apuntó
con su arma preparada en situación de lucha y… según se dio cuenta en ese momento ¡Totalmente
desnudo!
Descartó este último pensamiento de su mente y lo centró en
lo importante ¿Sería
un ataque?
- Kan –
gritó
una voz detrás
de la puerta – tu
hora ya ha llegado.
El joven Comandante se relajó, sólo era Gui, el servicial Samurái,
que le avisaba de algo…
intentó
rebuscar en su mente para saber qué era pero su memoria aún
estaba nublada por el sueño.
- ¿Para
qué? –
preguntó directamente
el joven.
- Para partir hacia la isla de Chang. –
contestó
detrás
de la puerta la voz – en
30 minutos partís. –
dijo directamente – y
luego desapareció
por el pasillo para no molestar más a los jóvenes.
Kan relajado se dio la vuelta con la Katana en su mano
derecha apuntando hacia el suelo.
- ¿Me
vas a atacar? –
Sonrió pícaramente
la muchacha mirando al comandante desnudo con su katana en la mano.
Kan se miró de arriba a abajo y estalló en
carcajadas.
- Vuelve sano – dijo simplemente Rosana posando un beso
en la mejilla del joven.
Él
se volvió y
la besó,
esta vez en los labios. No sabría
decir que le impulsó a
hacerlo pero Rosana le devolvió el
beso con amor.
- Lo haré – afirmó él soltándola, aunque no pudo aplacar la sensación
de tristeza que anidaba en su corazón. Cierta sensación de temor por su vida… y
un gran descontento por estar lejos de quien amaba.
- ¿Me
lo prometes? –
preguntó
ella dudando.
- Te prometo que haré todo lo que pueda por conseguirlo –
respondió
con sinceridad, ella sonrió y
le dejó
partir.
Kan miró al frente, su padre estaba en su cuadriga
esperándole
sobre el camino. Debajo de los escalones las huellas de su padre se veían
claramente sobre la tierra batida. A su espalda estaba Rosana y a su izquierda,
protegiéndola,
Gui, el más
experto Samurái
en camuflaje y hombre de confianza de su padre.
Kan se lanzó al aire para cruzar de un salto los
escalones, tal y como tenía
por costumbre, para ir a aterrizar directamente sobre la tierra batida al pie
de los mismos.
En ese mismo momento Kan supo que algo iba mal. Esa
tierra nunca había
estado batida, siempre había
estado aplastada por el frecuente tráfico de palacio. Un segundo antes de caer
torció la
cabeza en el aire y gritó:
- Gui ¡Actúa! –
eso fue todo lo que pudo decir antes de tocar el suelo. Instantáneamente
una red le rodeó
surgiendo del mismo suelo.
Gui reaccionó como el rayo, instantáneamente
alzó su
capa tapando a la joven… un
parpadeo después
el lugar ya estaba vacío.
Kan sabía
que Rosana ya estaba a salvo, miró para arriba y vio como dos Samurais
Oscuros tiraban de unas cuerdas casi invisibles acercándole a una velocidad increíble.
Kan no podía mover las manos ¡Ni el cuerpo! La red le tenía
cogido con fuerza y nada podía
hacer para defenderse en ese momento. Kan escuchó un grito detrás de él. Su padre ya estaba en plena acción,
de un increíble
salto se lanzó
contra los renegados que estaban raptando a su hijo… para quedar incrustado a medio camino
entre unas cuerdas invisibles estratégicamente colocadas.
Kan sintió cómo tiraban de él entre los dos. Cargado como un saco de
patatas se debatió inútilmente
mientras sus raptores corrían
sobre el techo del palacio.
Kazo, de un solo movimiento de su Katana, se libró de
las cuerdas que lo sujetaban y corrió detrás de los captores, no se atrevió a
lanzar ninguna estrella Shuriken por miedo a herir a su hijo así
que intentó
alcanzar a los perseguidores.
Quizás
de haber sido un recorrido más
largo habrían
sido alcanzados, pero sólo
necesitaban correr unos metros hasta el rápido río que cruzaba por el ala este del palacio.
Los dos asesinos se lanzaron hacia el río y nadaron, aún con el joven cazado en la red, hacia una
rápida
barca situada en la orilla.
Kan creyó haberse roto la columna cuando un tablero
le golpeó la
espalda al ser descargado en el suelo de la balsa. Al momento siguiente los dos
samurais renegados y su presa ya estaban a cientos de metros río
abajo gracias a su rápida
corriente.
Kazo, abatido, sólo pudo contemplar cómo
dos rufianes se alejaban en el horizonte con su hijo. Su única
satisfacción
fue pensar que, aunque podían
correr más
que él,
sabía
perfectamente hacia dónde
se dirigían.
Kan agradeció estar boca arriba, desde su posición
podía
contemplar a sus dos guardianes, y aunque nada podía sacar de sus caras pues estaban tapadas
con horribles máscaras
sangrientas, si pudo ver que estaban totalmente concentrados en dirigir la rápida
y frágil
barca a través
de los peligrosos rápidos
del río.
Kan deslizó
sus brazos a su espalda buscando algún saliente en la madera, al no encontrarlo
intentó
deslizar un shuriken de su manga, sus esfuerzos le llevaron casi cinco minutos
de intentos, pero al fin pudo tomar la afilada estrella y utilizarla para ir
cortando, una a una, las miles de finísimas cuerdas que formaban la red que le
inmovilizaba.
El trabajo no tenía nada de fácil pues el arma estaba diseñada
para penetrar y aunque tenía
una punta fina y penetrante, su filo era casi inexistente, el joven se recriminó
por no haber escogido otro tipo de estrella, pues las había
que sí
eran cortantes, pero esas, por ser más difíciles de utilizar, las había
dejado de lado en sus entrenamientos y a la larga no se había
acordado más
de ellas.
Ya habían
salido a mar abierto cuando uno de sus captores se dio cuenta de que la red
cada vez estaba más
floja en ciertas zonas del cuerpo del joven. Sin ninguna piedad agarró el
remo y golpeó
con fuerza la cabeza de su rehén.
Kan se sumió en
las profundidades de la inconsciencia sin que nada pudiera hacer.
Cuando despertó una bellísima joven le limpiaba cuidadosamente la
herida de su frente. Kan intentó
aclarar su vista y vio una faz blanca remarcada por unos ojos verdes
penetrantes. Sus cabellos eran rubios como la arena y toda ella estaba cubierta
con una túnica
de seda semitransparente.
- ¿Cómo
está mi
señor?
– la
voz suave como la cálida
arena surgía
de unos labios sugerentes y estaban acompañados por una mirada que decía
muchas cosas…
por desgracia Kan aún
no era capaz de leer correctamente lo que esos ojos querían
decirle.
Kan recordó lo acaecido, su primer pensamiento fue
que había
sido rescatado y asignado a los cuidados de la bella joven.
- ¿Me
han rescatado mientras estaba inconsciente? – preguntó
- Sí,
le hemos rescatado mi señor –
contestó la
joven beldad –
pero temo que no de lo que usted piensa – mientras esto decía acababa de curar la fea herida del
joven.
Kan reaccionó y apartando suavemente la mano de la
joven se sentó y
miró a
su alrededor.
Ante sí
tenía
una bella playa de finísima
arena, las palmeras lucían
hermosas dejando entrever un cielo azul y un sol reluciente. Daba la impresión
de ser un paraíso
sin límites…
pero algo no encajaba en la escena.
El Comandante Samurái se fijó entonces en la figura de un hombre maduro
de rubios cabellos que estaba apoyado contra una palmera. Su porte era seguro y
orgulloso, vestía
un Kimono negro adornado con unas tiras rojas transversales. Sus ojos eran
verdes y miraban profundamente, su cara lucía una sonrisa amistosa…
que no engañó al
joven samurai, pues vio que la sonrisa no se reflejaba en sus ojos, al acecho,
vigilantes.
En la cintura del hombre lucía una Katana lujosamente adornada, su
vaina estaba recubierta de todo tipo de piedras preciosas como si de galardones
se trataran, sin embargo Kan no fue capaz de identificar ninguno de los
galardones y pensó
que estaba en exceso adornada, como si pretendiera impresionar a alguien.
El hombre lanzó una mirada rápida a la joven, la cual se acercó más
al joven Samurái
y, arrodillándose
a sus pies, le ofreció
una copa con algún
tipo de caldo. En un acto reflejo Kan tomó la copa para beberla, sin embargo antes
la olió,
identificando algún
tipo de licor disuelto en el mismo, por lo que mojó los labios sin llegar a tomarse el
contenido ni a meterlo en su boca, tal y como le había enseñado a hacer Omius en cierta ocasión.
Después
alargó la
mano para devolver el recipiente a la joven chocando “por accidente” con sus manos y tirándolo
al suelo de tal forma que todo el contenido cayó en la arena sin que nadie pudiera saber
si había
bebido realmente.
La reacción de la muchacha le impresionó,
la seguridad en si mismo se disipó en un instante y como si fuera culpable
del peor de los delitos se arrojó al suelo intentando inútilmente
rescatar la bebida del suelo repitiendo “perdóneme, perdóneme”
Kan escrutó al hombre, el cual estaba dirigiendo una
mirada fulminante a la joven, más
cuando advirtió
que Kan lo miraba retornó a
su mueca anterior. Esto confirmó
las sospechas de Kan quien decidió arriesgarse lanzando un golpe al aire.
- Ha sido culpa mía Chang, no regañes a tu hija por ello – y
estudiando la reacción
de ambos añadió –
después
de todo mi verdadera –
recalcó la
palabra –
prometida es la más
hermosa de las mujeres –
dijo ayudando a levantarse del suelo a la joven.
Kan guardó hasta el último vestigio de información
que la cara del hombre le ofreció, primero lució increíblemente sorprendido, después
una máscara
de increíble
astucia y maldad cubrió su
rostro, finalmente la victoria y el orgullo de saberse en una posición
de ventaja cubrió su
cara. Sin embargo aún
no dijo nada, obviamente estudiando al joven.
La chica estaba visiblemente complacida por el
comentario, era obvio que realmente era la hija del hombre, sus ojos le habían
hecho sospechar, igual que el color del pelo y la forma de la mandíbula.
Parecía
un ser bello y malvado, sin embargo también su alma estaba totalmente atemorizada,
Kan se sabía
observado, sabía
que su reacción
podría
costarle la vida o la muerte y decidió seguir el juego para hacer confiar al
hombre, esperó no
haberlo juzgado mal y decidió “cruzar
el mar confundiendo al cielo”,
era una estrategia arriesgada, tendría que crear una ilusión
para poder encontrar el momento de escapar. Así que cogió a la hija de Chang por los hombros y la
contempló
profundamente, su pelo dorado era largo y suave, comprobó el
joven acariciándolo.
También
era suave su tez, toda una beldad como diría Gr’anSan, el viejo Sabio. “Ningún
hombre puede cruzar el desfiladero de las beldades” le habían dicho en cierta ocasión ¿Había
sido el anciano clérigo?
No importaba, en unos segundos ya se había fraguado un arriesgado plan en la mente
del joven, quizás
lograse salir con vida de la situación, sino se libraría para siempre de la amenaza de Chang
aunque le costase la vida!
- Sí señor,
es muy bella tu hija Chang –
contestó
Kan con sinceridad contento de no tener que mentir.
- ¿Te
parece una buena esposa? –
contestó el
aludido al fin, las cosas estaban saliendo mejor de lo que había
pensado, pero después
de todo estaba seguro de que la belleza de su hija sería aliciente suficiente para cualquier
hombre, igual que el poder y las riquezas que tendría quien se casara con ella.
- Sin duda – replicó el joven – el hombre que se case con ella será
muy afortunado –
contestó de
forma disimuladamente evasiva – es
bella, servicial, delicada y sin duda tendrá una extensa dote ¿Verdad? – dijo mirando a su enemigo directamente.
- Sin duda – replicó éste animado – estaba seguro de que reaccionarías
así.
Siempre pensé
que el hijo de Kazo habría
de ser un muchacho inteligente. ¿Quién rechazaría poder, riquezas y placer sólo
por unas tontas normas morales?
- Sí ¿Quién
lo haría? –
contestó
inteligentemente Kan, por supuesto que él no lo haría! Pero el joven samurai sabía
que el ladrón
siempre cree que todos son de su condición y se limitó a dejar que Chang se engañase
a si mismo.
- Perfecto, perfecto – rumió Chang – Esto es lo que te ofrezco Kan, mis
dominios –
dijo abarcando el terreno con el brazo – mi fortuna – pronunció lanzando una bolsa llena de diamantes al
muchacho que la abrió y
miró
asombrado, cosa que complació al
Samurái
Oscuro pues creyó
ver codicia donde sólo
había
sorpresa – y
mi hija… –
dijo señalándola
–
para que hagas con estas tres cosas lo que te plazca.
El joven miró a la muchacha para ver cómo
reaccionaba, la cual le respondió con un gesto sugerente.
- Sabía
que por tu edad sería
esto último
lo que más
te interesaría –
después
de un momento añadió – no
te preocupes, sólo
tendrás
que tomarla por esposa y podrás
disponer de ella como te plazca, igual que de todas las mujeres de la isla.
Incluso podrás
matarla si lo deseas – el
malvado ser asqueaba al puro Kan que intentaba darle la espalda aparentando
mirar a la joven para que el despreciable ser no pudiera ver su rostro – La
verdad Kan, creí
que sería más
difícil
convencerte, pero veo que eres inteligente. Si yo estuviera en tu lugar sin
duda haría
lo mismo que tú –
dijo apoyando su mano en su hombro.
Kan estuvo a punto de tirar de esa mano y acuchillar a
ese despreciable hombre con su puñal, pero no le pasaban desapercibidos la
docena de arqueros apostados sobre las palmeras y decidió
que ese no era un buen momento para morir.
- ¿Qué es
lo que tendré
que hacer? –
Pronunció al
fin Kan.
- Sígueme,
te lo enseñaré –
contestó
Chang partiendo.
El joven comandante siguió sus pasos, pero una pequeña
duda surgió en
la mente del Samurái
Oscuro, había
sido muy fácil,
estaba convencido de que le conseguiría pero… había sido demasiado fácil. Podía ser un engaño. Por supuesto no quería
mostrar sus dudas en voz alta, esto podría causar la pérdida del joven pero sí
pedir un pequeño
gesto, un gesto insignificante que mostrara la corrupción del alma de Kan. Se frenó en
seco, sacó
una daga de entre su ropa y se la tendió al joven que miraba el arma sorprendido.
- Mata a mi hija – dijo sencillamente y para reforzar la
orden añadió – o
yo te mataré a
ti primero y luego a ella.
Kan palideció, la maldad de ese hombre era impensable,
su alma parecía
formada por retazos de porquería.
En ese momento el joven comprendió que el “Samurái Oscuro” estaba totalmente loco…
pero era increíblemente
inteligente. Si ahora se negaba sin duda moriría, pero no podía matar a la chica aunque de haberlo hecho
habría
sido liberada de su loco padre.
Kan tomó el puñal con aparente decisión,
tenía
que pensar una salida a esta situación. Manejó las opciones:
Si mataba a la joven, ya no podría
ser un Samurái
nunca más,
seguiría
vivo pero perdería
su honor y no podría
mirar a la cara a los seres que amaba.
Si no la mataba sin duda el moriría,
y luego ella también
moriría!
Su negativa sería
en vano.
También
podía
intentar atacar a Chang, quizás
pudiera herirle, aunque dudaba poder matarle antes de caer abatido por el sin número
de flechas que dispararían
contra él.
Chang conocía
esta baza y por eso se sentía
tan seguro, quizás
incluso portase una armadura debajo del kimono, una cota de mallas que le
protegería
de Shurikens, puñales
y flechas.
La tensión era horrible, cuatro pasos más
tarde ya había
llegado a la chica; ésta
estaba horriblemente pálida
de puro terror; sus ojos estaban casi desencajados de sus órbitas,
quizás
si hubiera huido habría
podido salvar la vida…
no, está
claro que entonces sería
abatida por los arqueros. Kan notó la horrible tensión en los músculos de su espalda, la misma espalda que
horas antes había
masajeado Rosana, ansiaba estar allí a kilómetros de distancia, seguro en el palacio
cuando de repente…
Antes de pensar más Kan actuó, pasó rápidamente el puñal a la mano izquierda e imitando a un
bandido que había
visto en cierta ocasión
agarró a
la muchacha por el pelo. Odiaba tener que hacer esto pero era la única
forma de salvar sus vidas y era un mal menor comparado con la muerte. Tirando
del pelo de la joven y apoyando su puñal contra su estómago le retorció la cara para que no pudiera mirarle a los
ojos y la besó en
un amago de brutalidad fingida que esperó pareciese lo más real posible, después
la tiró
sobre la misma sábana
sobre la que minutos antes ella le había curado la herida e intentando no vomitar
por el horror que sentía
empezó a
deslizar el puñal
debajo de las ropas de la joven.
- ¡MÁTALA!
–
Gruñó
Chang entusiasmado – ¡MÁTALA
Y TODO ESTO SERÁ
TUYO!
Ante la sorpresa del samurai oscuro, Kan no hundió el
puñal
en la joven, sino que lo levantó
rasgando sus vestiduras y mostrando su desnudez.
- ¿QUÉ
HACES? –
Gritó
Chang – No
te demores ¡MÁTALA!
- TE QUIERES CALLAR VIEJO LOCO –
Gritó
Kan indignado por la cólera,
rápidamente
rectificó
intentando sonar lo más
amenazador posible, cosa que le fue fácil gracias al odio que sentía
contra ese ser inmundo –
ESTÁS
LOCO SI CREES QUE MATARÉ A
ESTE MANJAR ANTES DE HABERLO DISFRUTADO UN BUEN RATO ¡¡¡IDIOTA!!!
– Lágrimas
de cólera
e indignación
recorrían
la cara del joven, sin embargo el silencio que surgió detrás de él le hizo pensar que su plan había
dado resultado.
A su espalda Chang estaba complacido y horrorizado al
mismo tiempo. él
mismo había
sugerido que lo que más
tentaba al joven de su oferta era la posibilidad de poseer a la hermosa beldad,
ésta
había
sido su primer y más
importante baza y en un descuido casi la había perdido! Si Kan cumplía
su orden y la mataba podía
ser que perdiese su baza más
importante y al chico. El aparente intento de violación del joven le había convencido de que tenía
que conservar a su hija viva, además si moría no habría matrimonio legal y las posesiones
heredadas de Kan no serían
suyas tal y como había
planeado! Chang no era capaz de comprender el ataque de locura que le había
estado a punto de costar su mejor baza. Echó a correr hacia la pareja y agarró al
joven.
Kan ya no podía seguir fingiendo, la cólera
era mayor de lo que podía
aguantar, cuando sintió
que Chang le tocaba lanzó un
empujón
hacia atrás
con su puñal
que golpeó en
un brazo a su contrincante, este saltó hacia atrás aparentemente indemne y dijo:
- Tranquilo muchacho, no tienes que matarla, no hace
falta, has superado la prueba –
aseguró –
puedes quedarte con ella y podrás
tomarla todas las veces que quieras, pero ahora tranquilízate
y marchémonos
de aquí.
Kan quedó paralizado, ya estaba dispuesto a morir y
la situación
había
cambiado completamente. Una zona de su cerebro le dijo que su estrategia había
dado resultado y otra parte le informó que la cara de terror de la joven debajo
de él
le asaltaría
en sus peores pesadillas durante la noche. Lo único que le tranquilizaba era el saber que
había
logrado salvar la vida de la hija de ese loco.
Chang dejó que el joven, a cuatro patas sobre la
arena se tranquilizara. Pensó
que tenía
una gran debilidad por las mujeres si había decidido arriesgar su vida sólo
por tomar una vez a una mujer. Chang en la oscuridad de su corazón,
hundido en su propia depravación
no podía
entender que las lágrimas
de Kan eran de indignación y
que su acto había
sido una muestra de pureza y valor, pues se había jugado su propia vida para salvar la de
una total desconocida que, sin duda, no habría dudado en apuñalarle sin parpadear.
- ¿Por
qué me
quieres a mi? –
Preguntó más
tarde el joven comandante al ser perverso llamado Chang.
- Eres mi medio para salir de esta isla –
explicó – tu
padre ha sido para mi el carcelero perpetuo, si saliese de mis dominios me
abatiría
con sus ejércitos.
Por su culpa no puedo dejar que mis ejércitos arrasen libremente los pueblos, no
puedo gobernar a mi placer las tierras y no puedo ofrecer nuevas mujeres a mis
hombres para pagarles su lealtad.
Kan estaba asqueado al escuchar las palabras de su
adversario, pero escuchó
atentamente, debía
conocer el mal para poder combatirlo igual que había hecho su padre durante toda su vida.
- Cuando te cases con mi hija – continuó Chang – uniremos legalmente el impero de tu padre
con mis dominios. Entonces, tarde o temprano, tomarás el mando sobre todas las tierras y yo
reinaré en
tu nombre.
Kan le miró asombrado, su plan era de locos,
irrealizable! Los Samurais seguían
a su padre por lealtad y amor.
Nunca acatarían las órdenes de un ser despreciable como Chang.
El honor es el principio de todo Samurái!
- Por tu mirada veo que ves la inteligencia de mi plan
– comentó el
loco que vivía
en su propio mundo de ilusiones mentales – si algún samurai se niega a seguirme lo mataré
igual que hago con los que fracasan en mi ejército. Y aquel que exprese la más mínima
duda será
expulsado de mi ejército
y todas sus posesiones pasarán a
formar parte de mi tesoro personal – y en un alarde de cordura añadió –
pero no te creas que te seré
desagradecido Kan, por tus servicios llevarás una vida cómoda, llena de riqueza y sin
responsabilidades. Te sobornaré
con las más
hermosas mujeres y tendrás
increíbles
tesoros, sólo
comerás
los más
deliciosos manjares y no tendrás
que preocuparte por nada.
- Si alguna mujer tiene un embarazo que no es de tu
agrado sólo
habrás
que hacer como yo –
dijo macabramente –
mandarla matar o, por el contrario, abortar, para poder disfrutarla otra vez
hasta que te canses de ella. –
después
miró
con una asquerosa mueca al joven que estaba asqueado a punto de vomitar –
Todo en este mundo está
para que lo utilices, mujeres, dinero, placer, sólo está ahí para satisfacerte, serás más
poderoso si lo tomas – y
riéndose
histéricamente
cayó al
suelo presa de un ataque de locura.
Kan no sabía qué hacer, Chang estaba tirado a sus pies,
loco, retorciéndose
en extraños
movimientos hasta que al fin se levantó.
- Mira y aprende como organizo yo a mi ejército
joven yerno.
El campo de entrenamiento era un enorme círculo
de piedra natural por el que corrían pequeños ríos de lava.
Los Samurais Renegados luchaban salvajemente entre
ellos con un salvajismo antinatural. Kan impresionado pensó
que una reyerta se estaba produciendo, quizás sería su momento de escapar. Después
de mirar al desalmado que tenía a
su lado se dio cuenta de que era algo normal, quizás una sesión de entrenamiento común y
corriente.
- Como ves son todos novatos – proclamó Chang – están intentado sobrevivir para alistarse en
mi ejército
– El
joven le miró
impresionado y escandalizado, tal y como él había pretendido – mis técnicas no son tan blandas como las de tu
padre, querido yerno. Yo sólo
admito a los mejores entre mis filas – rió – todos los que se alistan en mi ejército
lo hacen bajo promesas de riquezas y mujeres sin paragón. – después de un momento continuó –
sin embargo para ello primero han de entregarme todas sus posesiones –
afirmó
categóricamente
–
después
lucharán a
vida o muerte entre ellos, sólo
uno de cada veinte tiene éxito
y pasa a formar parte de mis exquisitas filas, el resto –
dijo quitándole
importancia con un gesto –
muere o como poco queda desfigurado o mutilado. Sólo a cambio de un rescate pagado por sus
familiares permitimos que retorne vivo a su región.
Kan le miraba con los ojos totalmente abiertos, no podía
creer lo que oía,
ese hombre arruinaba la vida de todos los que tomaban contacto con él,
los que así lo
hacían
perdían
sus posesiones, su honor y en muchos casos, la vida.
Era más
peligroso aún
de lo que había
creído
en un primer momento.
- ¿Qué
haces con el dinero que recaudas? – preguntó Kan.
- Oh! No creas que lo tiro ayudando a otros como hace
tu padre –
comentó – lo
utilizo para aumentar mis posesiones y cubrir de oro a aquellos que regresan
con éxito
de las misiones que les mando. –
después
de un momento de duda añadió un
ejemplo – De
los dos hombres que te trajeron hasta mí, a uno le pagué su peso en oro y ahora tiene una fortuna
suficiente para vivir cinco vidas opulentamente… si no lo desperdicia como seguramente hará.
- ¿Y
el otro? –
Preguntó
inocentemente el joven.
- El otro fue ejecutado – dijo como si no tuviera importancia –
mis órdenes
eran claras, traerte ileso. El muy imbécil te hirió con el remo incumpliendo mis órdenes
y pagó el
error con su vida –
después
sonriendo añadió –
también
todas sus posesiones han sido confiscadas, incluidas sus mujeres jóvenes.
Las que eran demasiado viejas, como su madre, han sido pasadas por la cuchilla – y
reafirmó
sus palabras gesticulando cómo él
mismo degollaría a
una persona.
Kan estaba horrorizado, ese hombre despreciable
estafaba y asesinaba a sus propios soldados. Gobernaba por el miedo, no
comprendía cómo
podían
seguirlo…
pero después
de mirar atentamente la escena que se desarrollaba debajo de él
comprendió
que todos los miembros de su ejército
eran tan despreciables como él,
deseaban poder y riquezas, sin importarles los medios para conseguirlos. El
camino del robo, la estafa y la rapiña era un camino rápido… pero acabaría trayendo la desgracia del que lo
siguiera. Hasta ahora Chang había
conseguido sacrificar a otros para salvarse a si mismo pero su suerte estaba a
punto de terminar.
- ¿Nunca
se ha rebelado ningún
soldado? –
preguntó el
joven.
- Sí,
en muchas ocasiones –
reconoció
Chang sin importarle – de
vez en cuando algún
comandante se sentía
engañado,
antes trabajaba más
en las sombras –
explicó –
predicaba buena voluntad y con el tiempo iba, poco a poco, corrompiendo a mis
soldados. Eso me permitía
actuar en terrenos abiertos sin tener necesidad de estar escondido como estoy
ahora –
después
de un silencio dramático
añadió – tu
padre fue uno de esos soldados, él creyó todas las paparruchas que le dije sobre
el honor, parece que ya las llevaba dentro, pero cuando quise corromperle creó
una rebelión,
me traicionó en
nombre de ese estúpido
honor y –
comentó
con una mueca de desagrado –
creó el
imperio que ahora regenta expulsándome a esta isla, el único
lugar seguro que existe para mi. Ahora actúo directamente, escojo sólo
a los seres más
depravados para enseñarles
una parte de las artes samurais.
Kan miró extrañado al hombre.
-¿Por
qué sólo
una parte? –
preguntó el
joven.
- Así me
es más fácil
controlarlos – explicó el
estúpido
ser – me
conservo más
poderoso que ellos para que me teman.
- Pero si les enseñas todo lo que sabes tu ejército
sería
mucho más
poderoso –
replicó el
Comandante Samurái – ¿No
te beneficiaría
eso más aún? ¡Así es
como trabajamos en el campamento! Lo enseñamos todo, de esta forma al crecer el
poder del individuo crece el poder del equipo!
- Eres imbécil – le espetó Chan directamente – si
les enseñas
todo lo que sabes podrán
volverse contra ti y matarte para tomar el mando. Aún eres muy joven para comprender.
El verdaderamente idiota era el maligno Chang, no
comprendía
que la lealtad de los hombres se conseguía por medio de unos actos justos y un
honor inquebrantable. No era capaz de comprender que para recibir primero hay
que dar. En su egoísmo
sólo
se debilitaba y eso causaría
su caída.
- Ahora serás tú quien ha de pelear –
dijo de repente el retorcido ser.
- ¿Qué? –
preguntó atónito
Kan.
- Sí,
has de pelear contra 20 de mis comandantes, si matas a alguno tomarás
su puesto en mi ejército.
–
después añadió – Si
mueres mis planes se verán
frustrados, tendré
que matar a mi hija, pues ya no me será de utilidad y planear alguna otra forma
de conquistar el imperio de tu padre – dijo resignado – pero no permitiré que un débil forme parte de mi ejército.
Kan tragó saliva, el viaje había
sido algo horrible y las últimas
horas habían
sido agotadoras para él.
Intentó
despejar su mente y midió el
estado de sus músculos.
En ese momento agradeció
infinitamente los cuidados de Rosana, gracias a ellos tenía
los músculos
totalmente descansados y en forma, su agotamiento sólo era mental, con tres minutos de
relajación
estaría
perfecto.
- Sígueme,
te espera el triunfo o la muerte en mi casa de reposo, ahí te
batirás
en duelo. – A
una orden del oscuro sus veinte comandantes formaron guardia detrás
del joven, estaban nerviosos pues uno de ellos moriría hoy, el corto trecho hasta la casa serían
los últimos
momentos de uno de ellos.
- ¿Por
qué
veinte comandantes? –
Preguntó
extrañado
Kan.
- Yo no tengo en cuenta las idioteces del trabajo en
equipo como tu padre –
replicó
Chang mientras andaba – mi
número
de comandantes es infinito, todo aquel que consiga sobrevivir hasta llegar a
ese puesto será
bienvenido.
Kan no respondió, cada vez veía con más claridad que el ejército
de renegados era mucho más
frágil
de lo que parecía,
relajó su
mente para aprovechar el corto trayecto para descansar y prepararse para la
batalla. Era una sencilla técnica
Samurái
de nublar su vista privándola
de los detalles más
relevantes limitándolo
a simples formas para aumentar su percepción en movimientos, lo cual le otorgaba un
relajamiento completo, una forma de lucha mecánica y una percepción
infinitamente mejor para la lucha.
A medio camino paró, había sentido algo familiar en las cercanías,
no era capaz de explicarlo pero antes de que Chang pudiera invitarle a
continuar se dobló
hacia un lado aplicando una terrible patada lateral contra el oscuro ser.
Los veinte comandantes tardaron sólo
un segundo en reaccionar, desenfundaron sus espadas dispuestos a lanzarse sobre
el joven. Sin embargo temiendo represalias por su amo y señor
esperaron a que la orden fuera dada.
Entonces ya era tarde, seis samurais salieron de la
maleza y de un salto se colocaron entre las filas enemigas.
Kan en su estado actual no era capaz de ver más
que formas, sin embargo reconoció los destellos arco iris de la Katana
doble diamante de su padre ¡Había
esperanza!
Entusiasmado el joven intentó aclarar su vista lo suficiente para ver a
su primer Samurái, Omius,
apodado “el
Invencible”
portando su enorme espada bastarda de doble puño, era un arma terrible que de un solo
tajo desgarró a
dos de sus contrincantes. También
luchaba la bella Escila, portaba una elegante armadura que dejaba al
descubierto más
piel de lo que Kan habría
considerado óptimo
para una prenda de ese estilo, sin embargo la sutil técnica parecía tener su razón de ser, en ese momento su contrincante
bajó su
mirada un poco más
abajo del rostro de la joven para admirar sus formas en un mero acto reflejo.
Eso era todo lo que necesitaba la joven que aprovechó el despiste de su contrincante para
hundir su espada Katana en un golpe mortal… técnicamente no muy bueno, pero mortal de
necesidad.
Poco más
pudo ver Kan pues sintió un
movimiento a su espalda. Se reprendió por haberse distraído
y se arrojó al
suelo rodando imprevisiblemente para un lado, eso le salvó la
vida pues dos Shurikens pasaron por donde, momentos antes, había
estado su cuerpo. Los dos Shurikens siguieron su camino hasta enterrarse en la
espalda de uno de los comandantes de Chang, sin duda las armas debían
estar envenenadas, pensó,
pues el comandante cayó
muerto en el sitio.
El joven comandante Samurái se levantó de un salto y miró fijamente a su contrincante. Este lucía
una perversa mueca en su cara seguro de su victoria sobre el joven.
Kan recordó las palabras de Omius “Al
enfrentarse a la muerte, el que está listo para morir sobrevivirá,
mientras que el que quiere vivir a toda costa morirá”,
se tranquilizó y
se mostró lo
más
seguro que podía.
Entrecerró
sus ojos y sonriendo alegremente se lanzó al ataque con la misma alegría
que se lanzaría
en un ensayo.
Chang quedó consternado, la seguridad del joven era
increíble,
en vez de temer por su vida, como él había supuesto, se mostraba feliz igual que si
esto sólo
fuera un juego para él.
El Samurái
Oscuro había oído
grandes hazañas
sobre el muchacho los últimos
días,
cómo
había
vencido a su asesino… ¿Podría ser
verdad? Un pésimo
presagio recorrió su
columna vertebral e incapaz de defenderse de puro miedo cruzó
los brazos sobre su cara en un patético intento de defenderse.
Kan no creía lo que veía, su sonrisa aumentó más aún,
en vez de parar el golpe su contrincante se cubría como una niña. El joven impulsó aún con más fuerza su katana lanzando un tajo
transversal directamente al estómago
de su oponente. Su espada dio en el blanco, cortando el kimono alegremente y… ¡Chocando
con algo duro!
Kan retrocedió para fijarse mejor. El villano tenía
una cota de mallas protegiéndole
debajo del kimono, esto no lo había previsto Kan y era muy grave, la cota ni
siquiera había
sido arañada
por la afilada espada Katana del joven. Y era normal, la Katana era un arma
cortante, una cota de mallas sólo
era vulnerable a las armas penetradoras, con punta como una espada corta o un
estilete. Sin embargo la Katana de Kan no tenía ninguna punta, contaba con un
maravilloso filo…
totalmente inútil
contra la armadura de su enemigo.
Incapaz de rendirse Kan atacó a las piernas del enemigo y lanzó
varios tajos rápidos
en todas direcciones.
Como resultado de su rápido ataque el Kimono del enemigo quedó
completamente destrozado, sin embargo una extraña cota de mallas cubría
todo su cuerpo. Sin duda era de una exquisita calidad pues no había
sufrido ni un arañazo,
si contase con algún
arma penetradora…
pero no, el puñal
lo había
abandonado en la playa ¡Sería
estúpido!
Chang estaba allí
delante de él
lloriqueando como una niña y
él
era incapaz de herirle.
En ese momento el Samurái Oscuro se dio cuenta de que aún
estaba vivo, miró
hacia abajo y recordó la
armadura que cubría
su cuerpo, le había
costado dos bolsas de los más
puros diamantes pero había
valido la pena. Recuperando la confianza miró a Kan y vio que sólo contaba con una Katana, un arma
terrible…
pero totalmente inútil
contra la cara cota de mallas que le cubría el cuerpo; de haber sido de menor
calidad seguramente habría
muerto, pero ahora se sentía
casi invulnerable.
- Parece que hoy morirás tú – dijo sonriendo, miró a
la batalla a su izquierda y vio que sus guerreros estaban cayendo, estaban en
clara desventaja contra los verdaderos Samurais. Estos eran un equipo mucho más
organizado y los comandantes oscuros, a pesar de estar en mayoría
caían
como moscas. Sin embargo la distracción sería suficiente para acabar con el joven y
huir rápidamente.
En su huída
disfrutaría
del dolor causado a Kazo, su ancestral enemigo.
Chang se deshizo de los pocos girones del Kimono que
cubrían
su cuerpo y tranquilamente tomó su
Katana y atacó al
joven. Kan paró el
ataque con facilidad. Un ataque siguió al otro, cada vez más rápido,
cada vez más
preciso. El joven contaba con la rapidez de la juventud y una energía
sin tacha, el anciano con la experiencia de mil batallas y la precisión
de años
de entrenamiento. Pero encima Kan no podía hacer otra cosa que parar los ataques de
su adversario, contraatacar sería
inútil
pues su armadura era totalmente impenetrable.
Chang aumentó poco a poco la velocidad de sus golpes,
hasta ahora el joven le había
frenado cada golpe con habilidad, pero conocía su ventaja y sólo tenía que esperar a que un pequeño
error por parte del joven fuera su perdición.
Kan viendo que las cosas iban cada vez peor dejó
que su mente inconsciente buscara una solución. Todo ataque hacia su armadura sería
inútil,
razonó, y
de seguir frenando sus golpes moriría al primer fallo. Una gota de sudor bajó
por su frente acercándose
peligrosamente a uno de sus ojos, de dejar de ver no podría
frenar los ataques de su enemigo y estaría a su merced. Parpadeó enérgicamente
y se libró de
la gota…
dando, sin querer, una idea a su enemigo. Kan en el último momento, en vez de frenar un ataque
giró su
cuerpo hacia un lado esquivando el tajo, era un movimiento muy arriesgado, la
Katana le pasó a
menos de un centímetro
de su cuerpo cortando el aire con una precisión aterradora, sin embargo el joven no se
dejó
distraer, aprovechando su oportunidad lanzó un ataque… ¡Hacia la empuñadura de la Katana!
Chang reaccionó tarde, pensó que el joven se había
vuelto loco y pretendía
romper de un golpe su espada por la empuñadura ¡Iluso!, pensó. Pero cuando entendió el
verdadero motivo ya era demasiado tarde para el Samurái Oscuro. Un dolor frío
como el hielo recorrió su
mano derecha.
Chang no pudo reprimir mirar la fuente de su dolor y
donde debía
estar su dolorida mano sólo
había
un muñón
sangrante. El Samurái
Oscuro miró en
un repentino reflejo al suelo, donde vio su propia mano, aún
temblante, recostada patéticamente
sobre la tierra. Un chorro de una sustancia roja, ¿sería sangre?, caía sobre ella. Un segundo después
comprendió
que era su propia sangre brotando a borbotones de su brazo herido.
En un acceso de pánico soltó su Katana dejando sorprendido al joven.
- ¡Me
rindo! –
Gritó.
Kan, hombre de honor, bajó su propia espada aceptando la rendición del
hombre, el cual se arrojó
hacia el suelo. En un principio el joven temió que fuera a recoger la espada caída
y de una patada la alejó.
Pero las intenciones del perverso samurai eran otras, agarró su
mano e intentó
colocársela
como si sólo
con juntar ambos lados se fuera a regenerar.
Obviamente no ocurrió nada y Chang seguía sangrando.
Los comandantes oscuros pararon de luchar al unísono
como si fueran marionetas cuyo titiritero hubiese muerto.
Kan sonrió, contento por haber salvado la vida y
haber vencido.
El joven comandante se agachó y alargó su brazo libre hacia la herida de su
adversario, debía
vendarle la herida si no quería
que se muriera desangrado. A pesar de ser el ser más despreciable que había
conocido, Kan no podía
desearle la muerte como no podía
deseársela
a nadie. Incluso el malvado Samurái podría cambiar y pagar sus errores.
Chang se revolvió rápido como el viento, soltó su
mano herida, agarró un
puñado
de tierra con su mano ilesa y lo lanzó hacia los ojos del joven.
Kan quedó paralizado, no podía
ver nada y los ojos le escocían.
A punto estuvo de soltar su espada pero un ruido le informó
que el oscuro samurai había
recogido la suya del suelo.
A su izquierda la lucha retomó su cáliz cobrándose el grito de una joven. Kan temió
que su joven Aprendiz, la bella Escila, hubiera perecido distraída.
Sabiéndose
un blanco fácil
el joven se arrojó al
suelo y rodó
sobre si mismo para levantarse, aún sin ver, sobre un lugar desconocido. Al
borde del pánico
analizó la
situación.
Estaba ciego, desamparado, a la merced de los golpes de un enemigo furioso que
era invulnerable a su espada. Un nudo se solidificó en el estómago del joven, la cosa no podía
ir peor, deseó
tener otra vez sus problemas cotidianos, el miedo al fracaso, los
entrenamientos diarios…
todo le pareció
poco comparados con la certeza de su muerte. Estaba a punto de rendirse a la
muerte cuando recordó
sus propias palabras “Quien
no lo intenta, fracasa aún
antes de empezar!” no
estaba dispuesto a dar su vida sin antes luchar con todos sus recursos,
reconoció
que sus posibilidades eran pocas pero las exprimiría una a una hasta la última
¡Seguiría
luchando!
No supo por qué pero su instinto le empujó a
levantar su Katana, el movimiento fue torpe e inseguro pero logró
parar un golpe mortal lanzado contra su cabeza, ¡La cabeza! pensó entusiasmado ¿Cómo no se había dado cuenta antes? De haber sido así,
podría
haber cortado la cabeza de Chang de un solo tajo de igual forma que había
hecho con sus dedos. Ahora no veía y sería más difícil pero… Dando una doble voltereta mortal sobre
donde creía
que estaba su enemigo Kan aterrizó en el suelo y lanzó un
tajo hacia donde calculaba que estaría aún quieto el Samurái Oscuro, justo a la altura de su cabeza.
Sin embargo la espada sólo cortó aire.
Sin que Kan pudiera saberlo Chang había
retrocedido después
de que el joven parase su ataque temiendo que hubiera recobrado su vista. El
Samurái
Oscuro había
temido por su vida al ver la acrobacia del joven, pero después
de ver hacia donde había
atacado se dio cuenta de que aún
estaba ciego. La oportunidad era única, Kan estaba delante del él,
su cuello ofrecía
una diana perfecta y muy fácil.
Sin pensarlo otra vez lanzó un
tajo mortal de necesidad, el que sería el último golpe que lanzaría
en el duelo.
Kan actuó por instinto, si Chang no estaba delante
suyo… sólo
podía
estar en un sitio. No supo qué es
lo que le llevó a
tomar la decisión
pero el momento no era para pensar, era su vida lo que estaba en juego, todo su
futuro, sus sueños,
sus ilusiones, sus vivencias, sus futuros hijos ¡Nada de eso tendría si moría! En un rápido movimiento se agachó
medio cuerpo haciendo descender sus piernas a la par que rotaba sobre si mismo
y lanzaba un arco cortante hasta donde le permitieron estirar sus brazos.
De los dos golpes sólo el de Kan llegó a su destino. Aún teniéndolo todo en su contra, el arrojo del
muchacho le había
impulsado a continuar luchando hasta vencer.
De la cabeza del pérfido Chang, el Samurái
Oscuro brotó un
extraño
ruido al chocar contra el suelo. La sangre salpicó al joven y le manchó el
Kimono de una forma muy desagradable, pero ni eso fue capaz de apaciguar la
sonrisa que brotaba en su cara. ¿Su motivo? No eran la victoria ni el ansia
de sangre satisfecha, sonreía
por un motivo más
importante que todos esos, sonreía porque era feliz. Era feliz,
simplemente, porque vivía.
Cuando recobró la vista Kan vio a su padre sentado al
lado de la Bella Escila tapando su cuerpo desde su postura. Omius retenía él sólo
a los tres samurais Oscuros que aún quedaban vivos y entre los otros
verdaderos Samurais reconoció al
anciano mercader, al viejo sabio y a Aki, que ahora mismo se acercaba hacia el
joven preocupado.
- ¿Estás
herido? –
preguntó
directamente con cierto temor en la voz.
- ¡Estoy
perfectamente! – contestó
alegremente dejando anonadado al General, sin perder un momento se acercó a
comprobar cómo
estaba Escila – ¿Cómo
está? –
preguntó a
su padre.
- Sobreviviré – contestó la misma Escila – uno de esos cabrones me pegó un
buen corte en la pierna. – dijo
con furia mientras reprimía
un chillido de dolor.
- No es muy grave – comentó Kazo – pero cortó algo importante, sangra mucho, ya le he
aplicado un torniquete y estoy acabando de vendarla. – sobrevivirá… ¡Pero sólo si nos
damos prisa!
Kan quedó paralizado, el corte no parecía
muy profundo, pero la sangre fluía inundando los vendajes. él
mismo apretó un
poco más
el torniquete y pareció
que la sangre dejaba de manar. Aún así reconoció la urgencia, habrían de llevarla al campamento donde podrían
curarla mejor.
- Marchemos ya! – exclamó alarmado – si vienen refuerzos nos entretendremos y
podría
costarle la vida a Escila. – su
padre asintió e
hizo amago de cogerla en brazos.
- Si me permite el honor – escuchó una voz grave detrás
de él.
El general de generales miró hacia atrás y asintiendo con la cabeza se apartó.
Omius, mucho más
joven y cuyos brazos tenían
la fuerza de varios hombres era mucho más apropiado para el trabajo. Así
podrían
moverse más
deprisa.
- Señorita
–
dijo medio burlándose
el guerrero mientras la tomaba en brazos – espero que se encuentre cómoda.
- Mucho – replicó Escila sonriente – pero esas manitas quietas – añadió
con un guiño –
que te conozco.
Por toda respuesta Omius le lanzó
una pretendida mirada ofendida y echó a correr sin notar su peso en la carrera,
como si el samurai fuera una niña
recién
nacida ligera como una pluma.
El resto del grupo siguió al guerrero que iba en cabeza, Kan se
orientó
ligeramente y reconoció
que iban hacia la playa donde había despertado.
- En esa playa hay arqueros! – exclamó alarmado – nos abatirán!
- Ya nos hemos encargado de ellos –
dijo Aki al joven con un guiño.
- No estoy para estos trotes – exclamó el viejo sabio, a Kan le pareció
sorprendente como un poco de entrenamiento Samurái había hecho posible que el achacoso clérigo
hubiese vencido a unos jóvenes
y pletóricos
samurais oscuros…
igual que el anciano ex Mercader que poca menos edad tendría.
- No te quejes – contestó Omius – al menos tú no tienes que cargar con una mujer a
cuestas – rió alegre
por haber recuperado sano y salvo a su joven comandante.
- ¡Ni
que estuviéramos
casados! –
replicó
jubilosa la joven siguiendo la broma.
En poco tiempo llegaron a la playa, sin embargo la
carrera había
supuesto demasiado para la Bella Samurái. Escila había perdido la conciencia y Omius temía
lo peor.
- No sé si
aguantará el
viaje por mar –
dijo.
Kazo asintió penosamente y el antiguo clérigo
empezó a
recitar una salmodia por lo bajo.
Kan frenó en seco, no podía creer que se rindiesen. ¡Era
Escila! él
no permitiría
que la joven diese la vida en su lugar.
Mientras cruzaban la playa aún a la carrera, el joven empezó a
recordar algo que le pareció
muy importante… ¿qué era?
Un rayo de luz aclaró su mente.
- Seguirme! – gritó y cambió de dirección.
Los Seis Samurais restantes se miraron unos a otros y
por fin siguieron al joven. Este los condujo hasta una manta tendida en el
suelo donde les ordenó
tumbar a la Samurái.
Kan oteaba nervioso los alrededores, había
estado seguro de que aún
estaría
allí, era
su única
posibilidad. ¡Tienes
que estar! gritó
mentalmente.
Como conjurado por su pensamiento pudo divisar un leve
movimiento entre dos arbustos no muy lejanos, sin pensarlo saltó
hacia ellos y agarró a
la joven situada entre ellos para que no pudiese escapar.
- Te necesito – Dijo Kan a la bella hija de Chang – ¡Ahora!
– y
sin mayores delicadezas la arrastró hasta la rica sábana tendida en el suelo que ya estaba tiñéndose
por la sangre de la mujer.
Por un momento la muchacha dudó, luego miró a los samurais y en una repentina decisión
escrutó la
herida de la joven.
- Hacer un fuego – ordenó sencillamente.
Omius fue el primero en reaccionar, corrió
hacia el bosque y en menos de dos minutos ya había montado un pequeño montón de ramas al que añadió un
trozo de seda blanca que encontró tendida en el suelo. Prendió el
conjunto con su yesquera y avivó el
fuego para crear una llama fuerte.
- ¿Para
qué lo
quieres? –
preguntó
Kan inocente.
- Dadme una daga – ordenó la joven sin contestar a la pregunta.
Kazo dudó un momento, había reconocido en la joven los rasgos de su
malvado padre, pero viendo que no tenía otra opción que confiar en ella le tendió
una exquisita daga adornada de oro y piedras preciosas, la muchacha pensó
que era una pena estropear una belleza así pero hundió su hoja en lo más caliente del fuego encendido. Cuando la
hoja se había
tornado totalmente roja retiró
los vendajes de la pierna de la
hermosa samurai, con lo que la sangre
brotó
fuertemente.
Con precisión la rubia beldad de ojos verdes tomó la
daga del fuego y posó la
parte plana, al rojo, sobre la herida, cauterizándola automáticamente, quemando piel, músculo
y venas. Formando una costra que seguramente nunca se iría.
Pensó
que a la mujer no le gustaría
contar con esa herida en sus, hasta ahora, perfectas piernas. Pero de nada le
servirían
sus bellas piernas si moría.
Aplicó
otra vez la daga, por la otra cara, contra la herida, esta vez más rápidamente
y la herida cortante había
desaparecido, en su lugar había
una fea quemadura que duraría
mucho tiempo y le causaría
graves dolores a la bella Samurái,
pero sin duda viviría..
- Vivirá – dijo sencillamente la joven. –
tenéis
que dejar reposar la quemadura durante dos minutos exactos, después
habréis
de calmarla con agua de mar. Eso la desinfectará – dijo poniendo una desagradable mueca –
pero también
le dolerá en
extremo. Antes de que acabe el día renegará por no haberse muerto y tener que
soportar ese dolor.
- Mucha gracias – dijo al fin Kan tranquilizado.
- No me las des – contestó la joven mirándolo curiosamente, seguramente porque tenía
todo el rostro teñido
de rojo por la sangre –
Soy yo la que te he de dar las gracias.
- ¿Por
qué? –
preguntó
Kan –
después
de lo que te hice… –
fue incapaz de acabar la frase recordando cómo hacía sólo unas horas había intentado forzar a la muchacha.
La joven sonrió y le miró dulcemente.
- No soy tonta – dijo al fin – me salvaste la vida – y
mirándolo
cariñosamente
añadió –
ningún
hombre llora de rabia cuando fuerza a una mujer, estoy acostumbrada a ver la
mirada de los hombres de mi padre mientras hacen cosas similares –
dijo restándole
importancia –
arriesgaste tu vida para salvar la mía – después de una breve pausa sacó la
duda que la corroía – ¿Por
qué lo
hiciste? Sólo
tenías
que matarme y tú salvarías
tu propia vida ¿Tanto
te he gustado? –
preguntó
intrigada.
- No es eso – contestó sencillamente Kan – no
eres fea en absoluto. Simplemente no dejaría que muriese ningún inocente.
- Es un Samurái – dijo Omius como si eso lo explicara todo – Un
verdadero Samurái –
recalcó.
La muchacha quedó pensativa, toda la vida había
pensado que los Samurais eran como su padre, seres temibles que sólo
buscaban su propio beneficio, pero delante de sus ojos tenía
la prueba de lo contrario, lo que es más, el acto de Kan había
sido el acto más
hermoso y desinteresado que ella nunca había contemplado.
Quizás a
otra mujer le resultara una experiencia traumática la situación, pero ella había sabido durante toda su vida que su padre
bien podía
entregarla en recompensa a algún
vasallo que le satisfaciera, además enseguida había comprendido que aquello era una farsa
destinada a salvarle la vida, en ningún momento Kan la había
tocado más
que los hombros, la había
tirado del pelo sí,
pero muy suavemente, y el beso había sido totalmente fingido ni siquiera había
acertado en la boca, estaba muy claro que todo había sido una interpretación… ¡Y muy
mala! Lo que más le había extrañado a la joven habían sido las lágrimas de cólera e indignación que recorrían la cara de Kan mientras interpretaba la
farsa, aunque en realidad nada había hecho, el solo pensar en la escena le
había
indignado aún
sabiendo que era la única
forma de que ambos conservasen la vida.
En ese momento la hija de Chang descubrió
que no todo el mundo era como su horrible padre, descubrió
que en el corazón
de todo verdadero Samurái
había
una bondad y una pureza que la extrañaban y la entusiasmaban a la par. Ella
nunca podría
llegar a guardar tal bondad pues toda la vida había crecido entre la más
pura maldad y perversión.
Sin embargo decidió
que quería
salir de aquella maldita isla y descubrir el mundo, con sus defectos y sus
virtudes. Sin duda lo que le esperaba ahí fuera sería un paraíso de bondad comparado a la vida que había
llevado hasta el momento. Los que vivían en un mundo normal no sabían
qué
tesoro poseían.
Por fin despertó la bella Escila, según
despertó
gritó de
dolor y miró
extrañada
a los alrededores.
- ¿Estamos
esperando al enemigo? –
preguntó – lo
digo porque aquí
tumbada me voy a perder la diversión.
La tensión acumulada en las últimas
horas hizo que todos estallaran en sonoras carcajadas. Omius agarró a
la Samurái
enrollándola
en la sábana
y todos partieron hacia la barca que les esperaba.
Al llegar Kan se fijó en que dos Samurais más
les estaban esperando con los remos listos. Todos montaron uno a uno en la
barca, incluida la hija de Chang a la que nadie replicó nada porque subiera por propia
iniciativa.
- ¿Qué
harás
ahora? –
Preguntó
Kazo a la joven.
- Iré a
recorrer el mundo –
contestó ella
–
deseo explorar todo lo que me negó mi padre.
- ¿Por
qué no
te haces Samurái? –
replicó la
herida Escila desde el fondo de la barca pues tenía la costumbre de no perder ni una sola
oportunidad de reclutamiento.
- No es lo que deseo – replicó sonriendo la joven ante la idea de que
ella fuera una Samurái –
tengo mucho que aprender del mundo y deseo hacerlo por mi propio pie.
- Te enfrentarás a muchos peligros –
aseveró el
Viejo Sabio.
- ¿Te
crees que mi padre era un payaso de circo? – contestó ella indignada – Sé defenderme tan bien como cualquier
guerrero y he vivido situaciones mucho más peligrosas que ninguno de vosotros –
aseveró, y
después
de mirar a su salvador rectificó –
sin contar a Kan, claro.
El joven se sintió alagado por el comentario, pero dudó
que tanto su padre como Omius o el propio Aki no hubiesen vivido situaciones
igualmente peligrosas, pero nadie replicó nada. Por toda respuesta Kazo lanzó
una bolsa llena de monedas de oro a la joven.
- Toma – ordenó – con ese dinero podrás
vivir una vida cómoda
sin pasar jamás
necesidad –
aseguró –
compra unas tierras y adminístralas
bien y podrás
doblarlo.
- Gracias – dijo ella – pero no quiero caridad –
contestó
orgullosa tendiendo la bolsa – ya
me las arreglaré –
aseveró,
aunque no tenía
ni idea de cómo.
- No es caridad – contestó inteligentemente el general de generales
acostumbrado a esas muestras de orgullo – considéralo un pago justo por salvar la vida de
mi compañera
samurai – añadió señalando
a Escila en el suelo, la cual respondió calladamente con una media sonrisa.
La joven se lo pensó mejor y sujetó la bolsa al fino cinturón
de cuero que lucía
en su cintura.
Kan dándose
cuenta de que la muchacha casi no llevaba ropa se quitó su propia chaqueta y se la tendió a
la joven, esta la cogió
agradecida, empezaba a tener frío
por la brisa marina. Contenta vio que la parte superior del Kimono de su
salvador le llegaba hasta un punto entre su cadera y sus piernas, como si fuera
una especie de sexi vestido Samurái. Se ciñó un
poco más
la tela a la cintura y sonrió al
ver la tierra ya en el horizonte.
Poco después estaban ya entrando en la playa. La hija
de Kan, temerosa de que la retuvieran saltó a tierra y se despidió de
todos con una mano mientras corría. Su pelo ondeando al viento fue lo último
que Kan vio de su falsa prometida.
Después
montaron de regreso al palacio en las rápidas cuadrigas Samurái
que les habían
traído,
por tierra, hasta el mar.
El viaje de ida había sido de sólo unas horas, o eso pensaba Kan que había
estado inconsciente la mitad del trayecto. Pero el viaje de vuelta les llevó el
resto de la tarde y toda la noche.
Los Samurais se turnaron en conducir las cuadrigas, a
paso ligero para no agotar a los caballos que llegaron al límite
de sus fuerzas al despuntar la madrugada, por suerte para entonces ya habían
llegado al palacio, donde un alegre Gui y una preocupada Rumiko acompañaban
a una expectante Rosana vestida con una bellísima seda azul cielo, un poco más pálida
que el cielo y también
algo más
brillante.
Kan saltó impaciente de la cuadriga aún
en marcha, a causa del cansancio y la falta de sueño casi se torció un tobillo al aterrizar en falso,
ignorando el tropiezo se levantó y
se echó a
la carrera hacia su prometida, la cual ya corría hacia él.
Ambos se abrazaron temiendo volver a separarse.
Estaban vivos y juntos, lágrimas
de felicidad cubrieron la cara de los jóvenes amantes.
- Estás
asqueroso –
dijo entre risas la joven después
de besarle.
El Comandante Samurái quedó paralizado, se había
esperado cualquier cosa… !menos
eso¡ Se
miró de
arriba a abajo sin soltar a la joven y pensó que “asqueroso” era un calificativo muy amable. Tenía
el pelo pringoso por el sudor y la sangre, la cara estaba cubierta de negros coágulos,
tenía
el pecho desnudo y cubierto de sudor y polvo del camino, incluso sus pantalones
estaban embarrados y endurecidos.
Entre risas escuchó a su madre decir muy seria y ofendida al
general de generales “No,
no, tú a
mi no me tocas hasta que te pegues un buen baño!” “Pero cariño, acabo de venir de una batalla, he
salvado a nuestro hijo”
replicaba el general “Sí, sí,
todo eso y además
lo que quieras”
contestó
Rumiko “Pero
eres un guarro indecente General Samurái!” Kan miró de reojo a sus padres y no se sorprendió al
ver cómo,
a pesar de sus palabras, su madre se lanzaba sobre su padre para abrazarlo
posesivamente…
justo antes de decir por lo bajo “Ya me puedes ir comprando un vestido para
enmendar que tenga que tirar este” Una sonrisa cruzó la cara del General y de su hijo, ya
comandante, conocedores del amor de su madre por la ropa. “Por
cierto, me han recomendado un tratante de telas buenísimo…”
aprovechaba a comentar Rumiko a su esposo mientras entraban en la casa.
- ¡Que
bonita escena! –
replicó
Escila irónicamente
– y
a la herida que le parta un rayo! – añadió ofendida.
- Si quieres que alguien te abrace yo me ofrezco
voluntario –
tronó
contento Omius.
- Si te acercas te cerceno un brazo –
amenazó la
bella samurai –
conozco perfectamente tu fama, algunas de mis samurais aseguran que debes de
tener, como poco, cuatro o cinco.
- En ese caso, por uno tampoco me pasará
nada –
replicó
sonriente el guerrero, que sin embargo no se acercó.
- ¿Qué te
paso? –
preguntó
Rosana preocupada.
- Un indeseable me lanzó un tajo en la pierna –
dijo señalando
la herida – y
estos bestias acabaron su trabajo tostándomela como si fuera un trozo de pan y
dejándome
una marca que estropeará mi
figura para toda la vida – añadió
sinceramente enfadada –
eso si no me mata de dolor la puñetera.
Kan pensó que debía dolerle horrores para que Escila, famosa
por su dulzura, tuviera el lenguaje de un borracho de taberna. Después
recordó
que durante mucho tiempo la Samurái había sido camarera en tabernas algo dudosas.
- Sí
que es fea –
reconoció
Rosana.
- Tú
para encima recálcalo
– replicó la
Samurái más
triste que ofendida.
- Pero tiene solución – siguió la joven – unas compresas de Sábila
te calmarán
el dolor.
- ¿De
qué? –
Preguntó la
samurai interesada.
- Sábila,
Aloe Vera. –
explicó la
joven – es
una planta medicinal muy utilizada en el lejano Egipto. Mi padre me llevó
allí
cuando tenía
apenas seis años
y recuerdo como la usaban para que los soldados se recuperaran de las peores
mordeduras del Sol –
ante la insólita
mirada de la Bella Escila, añadió – En
esas tierras el Sol es mortal, si te descuidas acabas tostado como si te
hubieras tendido en una hoguera.
- Pero seguro que será muy difícil conseguirla – tanteó Escila
- ¡Qué
va! –
contestó – en
casa tenemos a montones, según
creo el Aloe crece en casi todo el mundo sólo que hay que saber diferenciar cual es
la especie que se necesita. Kan, ¿crees que podrás conducirnos en la cuadriga hasta casa de
mis padres? Allí me
será
muy fácil
curar a tu aprendiz.
Por toda respuesta el joven saltó a
la cuadriga donde estaba Escila tendida y después de ayudar a subir a su prometida azoró a
los caballos hasta que llegaron a la misma puerta de la casa del cocinero.
Rosana saltó
corriendo de la cuadriga y, después de desaparecer en la casa unos minutos,
regresó
con una hoja de cactus de una braza de tamaño. También tenía un limón en su mano dentro de un cazo y unas
vendas.
Cuidadosamente posó el cazo en la tierra, exprimió un
poco la hoja, de la que brotó
una savia transparente y brillante. Después metiendo los dedos dentro de la hoja
extrajo la pulpa, brillante y pastosa pero de una sola pieza, la arrojó en
el tarro y exprimió el
limón
encima de la mezcla, revolviéndola
cuidadosamente con su mano.
Debido a la sensibilidad de la herida Rosana decidió
aplicar primero parte del líquido
utilizando su propia mano.
Escila, según sintió el néctar en su piel vio las estrellas, aquello
dolía
increíblemente.
- Es el primer efecto – explicó la joven – primero escuece porque está
limpiando la herida, en cuanto penetre un poco notarás que se calma el dolor.
Y así
fue, unos segundos después
el dolor fue mitigándose
y Rosana limpió la
herida dos veces más,
estas fueron totalmente indoloras. Escila no acababa de creérselo
cuando la joven levantó un
poco la pierna de la Samurái
pidiéndole
que la mantuviese en esa postura. Kan la ayudó sujetando el peso de la pierna por el pie
mientras la joven sanadora tomaba la pulpa, aún de una sola gelatinosa pieza, y la colocó
suavemente en contacto con la herida. Después impregnó las vendas con el líquido
que quedaba y realizó un
vendaje de tal forma que mantenía
apretada la pulpa contra la herida.
Satisfecha se secó las manos y ordenó bajar la pierna cuidadosamente.
- Ahora te llevaremos a tu tienda, hasta mañana
por la tarde no debes andar, haz que te atienda alguna de las samurais de tu
equipo – al
ver que la mujer fruncía
el ceño añadió – es
muy importante, si lo haces como te digo cabe la esperanza de que el Aloe haga
desaparecer la herida como si nunca hubiese existido, sino tendrás
una pierna horrible para toda la vida.
La Bella Escila, atemorizada, asintió
con la cabeza.
- Mandaré a buscar a mi madre, te repetirá el
tratamiento cada seis horas durante una semana. Pero recuerda que hasta que
pase todo un día
no debes caminar.
- Te lo prometo – aseguró totalmente convencida la Samurái.
Después
de dejar a la Samurái
en su tienda, los dos prometidos fueron a dar un paseo por el bosque siguiendo
el riachuelo cercano al comedor Samurái.
- Estás
muy hermosa –
dijo al fin Kan.
- Gracias, no se puede decir lo mismo de ti –
contestó
ella juguetona. Kan rió
sonoramente ella continuó
diciendo – es
la tela que me regalaste.
El asintió que la había reconocido; pensó que Huno, el mercader que le había
vendido la pieza, conocía
verdaderamente su trabajo. Aquel color le quedaba maravillosamente.
Kan, en un impulso se arrojó al riachuelo, el agua estaba fresca y el
Sol ya calentaba lo suficiente en el cielo como para secarle cuando saliera.
- Así no
estaré más
asqueroso –
gritó él.
- Con toda esa sangre, dudo que se te quite sólo
por el agua –
contestó
ella desde la orilla divertida.
- Ven pues a ayudarme – gritó desde el agua.
.
La joven dudó un momento, no quería
estropear la seda con el agua y no tenía ningún bañador cerca.
- Date la vuelta – Ordenó ella.
Kan obedeció, le resultaba curioso esa costumbre de la
chica, pero no le importaba. Sólo
le importaba que estuvieran juntos, que los dos estuvieran vivos y que la vida
fuera preciosa. Miró al
Sol deslumbrante en el cielo azul feliz de disfrutar cada momento de su vida.
Se había
ganado esa felicidad y estaba dispuesto a disfrutarla sanamente.
Escuchó un
ligero chapoteo a su espalda.
- Ya puedes mirar – dijo Rosana.
Kan obedeció dándose la vuelta… ¡Pero no había nadie! Escrutó el bosque sopesando la posibilidad de
otro ataque sorpresa ¿Acaso
no podría
descansar nunca?
De repente se vio impulsado hacia abajo, con la
sorpresa tragó
agua y casi se queda sin aire. Abrió los ojos para ver a una bella ninfa bajo
el agua, su negro pelo ondulaba como si tuviera vida propia, la palidez de su
piel rosada hacía
un hermoso contraste con las piedras del fondo y sus negros ojos le invitaban a
perderse en sus profundidades. Si no fuera por su sonrisa, pícara
y juguetona habría
asegurado encontrarse ante una de las leyendas más famosas y mortales de su tiempo, una
verdadera ninfa.
El joven, sin darse cuenta, como si estuviera poseído
por un hechizo, había
estado largo rato mirando a la joven, bajo el agua, sin respirar. En ese
momento sus pulmones se agitaron pidiendo aire. Kan no contaba con ningún
punto de apoyo para impulsarse hacia arriba, el fondo estaba aún a
un metro, la superficie a metro y medio y Rosana le mantenía
agarrado suave pero posesivamente por la mano. Kan intentó
nadar hacia la superficie, pero la joven, dándose cuenta de su problema le frenó y
le atrajo hacia ella.
Kan pensó que ya era demasiado alargar así la
broma, pero antes de poder moverse se encontró con los labios de la muchacha en su boca.
“¿Qué
mejor forma de morir?”
Pensó y
juntó
sus labios a los suyos. Cuando ya empezaba a desmayarse percibió la
verdadera intención
de la muchacha y, agradecido, tomó aquellas burbujas de aire que le ofrecía.
Sólo
fue un pequeño
bocado de aire, pero fue suficiente para que la cordura retornara a la mente
del Comandante Samurái,
que lejos de soltarse abrazó
con más
fuerza a la joven y correspondió su
beso vital.
Momentos después estaban ambos en la superficie. Kan
respiró
profundamente, sin embargo ella no dio muestras de sentirse fatigada, parecía
que habría
podido pasar toda la vida debajo de las aguas.
- ¿Eres
una mujer o una ninfa? –
preguntó
sinceramente Kan impresionado por la belleza y la soltura de la joven.
- No sé –
contestó
ella enigmática
–
quizás
lo sea – añadió
sellando los labios del joven con otro suave beso.
- Ya es hora de comer – replicó él después de jugar un poco más
en el agua – no
tengo ganas, pero si no acudimos al palacio se preocuparán.
Rosana asintió con la cabeza de mala gana. Había
estado pensando ir a ayudar a su padre a la cocina, como tenía
costumbre, pero parecía
que en su nuevo “cargo” de
prometida de Kan su vida iba a cambiar en más de una cuestión. La joven ya se dirigía a
la orilla cuando se dio cuenta de un pequeño detalle que cada vez parecía
tener menos en cuenta cuando estaba con el muchacho.
- Sal tu primero – ordenó la joven.
Por toda respuesta Kan se acercó a
la orilla y alargó la
mano para ayudar a la muchacha, la cual le respondió con una significativa mirada que ya
empezaba a serle familiar a Kan. Soltando un suspiro de resignación
se dio la vuelta sin que ella se lo pidiese ¡Vaya manía más tonta! pensó él ¿Por qué sería?
- No te entiendo – expresó en voz alta.
Mientras tanto la mujer salió del agua y escurrió su
larga cabellera para secarla un poco. Esto presentaba un problema añadido,
estaban en un claro y el sol secaría rápidamente sus cabellos si se recostaba
sobre la hierba, pero hasta entonces no podía vestirse, a riesgo de estropear sin
remedio la fina seda que tanto apreciaba.
- ¿Qué no
entiendes? –
preguntó la
muchacha sin atender demasiado la conversación.
- Tu manía porque me de la vuelta –
estas palabras dejaron fría a
la joven, que recordó
con una sonrisa que estaba prometida a “una lechuga Samurái” – sé que me lo has explicado varias veces,
pero no acabo de comprender por qué algunas veces me mandas que me de la
vuelta y otras no.
-¿Otras
no? – se
extrañó
intrigada la joven mientras se recostaba sobre una larga piedra boca abajo con
su larga cabellera estirada en la espalda para que secara – ¿A
qué te
refieres con otras no? Cada vez que me he desnudado delante tuyo te he mandado
que te des la vuelta – la
joven no pudo menos que sentirse avergonzada por como habían
sonado las palabras.
- Sí
claro! –
contestó
directamente el joven –
pero bajo el agua no me mandaste que me diera la vuelta –
como la muchacha no respondía
pareciendo no entender continuó – y
allí te
veía
con tanta claridad como te puedo ver ahora si me diese la vuelta.
Por toda respuesta, el joven Kan, recibió
una pedrada en el hombro derecho. Rosana la había lanzado por puro impulso y un segundo
después
ya se había
arrepentido. No había
pensado que el chico pudiera verla con tanta claridad, pensó
que la vería
como a través
de una nube o algo similar…
estaba roja como un tomate y hundió su cara entre sus brazos llorando de
rabia y pudor.
Kan se agarró el hombro con la mano izquierda,
realmente la muchacha le había
mancado, tendría
un buen moratón
en esa zona, iba a replicar indignado cuando la escuchó llorar.
Aquello resultó para él como una patada en el estómago,
rápidamente
se dio la vuelta y se sentó
junto a ella sin saber que hacer, por fin tocó su hombro y agachándose intentó captar su mirada.
- Lo siento – dijo él – no pretendía hacerte daño con mis palabras – se
disculpó – no
estaba ofendido de verdad – añadió
incapaz de comprender porque lloraba la joven.
Ella lo miró de reojo, estaba sentado junto a ella
intentando consolarla, era obvio que él no entendía nada pero aún así siguió llorando un par de minutos hasta que se
calmó
sintiéndose
maravillosamente renovada.
- Mi lechuguita! – dijo en voz alta contenta.
Kan no sabía a que se refería pero estaba feliz de que ella riese de
nuevo, aquellos minutos habían
sido los más
tristes de su vida.
- ¿De
verdad no entiendes nada? – preguntó
ella curiosa aunque era obvio que no. Sin embargo la respuesta la tomó
por sorpresa.
- No, además mi otra prometida – al
ver una amenazadora mirada en los ojos de la joven aclaró – mi
falsa prometida, no tenía
ningún
impedimento en estar desnuda o casi desnuda delante mío, y también era hermosa.
Aquello acabó por sacar de quicio a la joven que se
lanzó
sobre su prometido una tigresa olvidando todos sus pudores por la rabia.
- ¿Cómo
que otra prometida? –
dijo tirándolo
en el suelo – ¿Cómo
que otra mujer? –
replicó
enfadada mientras se sentaba sobre él y le apretaba el pecho – ¿Cómo
que desnuda eh? – y
después
de pegarle un buen golpe en el pecho que le costaría un buen renegón de varios días al joven y cogiendo una piedra con la
obvia intención
de pegarle con ella añadió – ¿Qué
hacías
tú
con otra mujer desnuda? ¡A
VER! ¡Explícate!
Kan tuvo el tiempo suficiente para agarrar las muñecas
de la joven y explicar rápidamente.
- Fue cuando le corté el vestido para forzarla – y
viendo que aquello no mejoraba las cosas sino que la chica intentaba soltarse
para cometer una locura explicó a
toda prisa- Chang quiso que matara a su propia hija, si no lo hacía
me mataría a
mi, yo para engañarle
fingí
que pretendía
abusar de ella antes de matarla, de esta forma se convenció de
que yo era malvado y salvamos la vida los dos.
La muchacha, no muy convencida por la explicación
preguntó
tanteando:
- ¿Y
sigue viva esa muchacha?
- Sí, –
después
de un momento preguntó – ¿Por
qué lo
preguntas?
- ¡Para
matarla yo misma! –
estalló
ciega de celos Rosana – ¿Y
con quién más
estuviste mocoso sinvergüenza?
–
dijo amenazándolo
con la piedra.
- Con unos Samurais y con Chang con quien me batí a
muerte –
explicó rápidamente.
- ¿Y
ninguna chica más? ¿Ninguna
chica desnuda más? – insistió la
celosa prometida.
- Menos tú no – contestó sinceramente Kan.
En ese momento ella se dio cuenta de que estaba
totalmente desnuda sentada sobre el joven a punto de “matarlo inocentemente”
con una piedra, se puso completamente roja de vergüenza y saltó de encima de él corriendo hacia el vestido.
Kan atontado por la situación se levantó…
justo antes de darse la vuelta. La piedra que le había lanzado la chica antes de coger el
vestido le había
convencido completamente.
- Ya estoy más calmada – y acercándose por detrás añadió – a ver, explícame lentamente porque no debo matarte por
haber estado con otras mujeres ¡y
desnudas!
- No fueron mujeres – replicó él – fue una mujer, de hecho ni eso, aún
era una chica.
- Sí,
pero tú
mismo reconociste que era hermosa ¡Y que estaba desnuda!
- ¿No
estás
demasiado obsesionada con el tema de la desnudez? ¡Ay! – Kan reprimió un gritito, la mujer había
agarrado un pequeño músculo
de su espalda y lo giraba suavemente en un sentido muy doloroso…
sin duda advirtiéndolo
de que midiese sus palabras.
- De acuerdo, de acuerdo, es cierto –
reconoció el
joven –
era una muchacha hermosa – y
sintiendo la punzada más
dolorosa añadió –
pero no tanto como tú –
esto pareció
calmar a la joven que relajó la
presión y
se acercó más
amistosamente.
- ¿De
veras fue totalmente necesario? – preguntó ella sintiéndose culpable de hacerle tantos reproches
al joven, al fin y al cabo había
vuelto vivo que era lo que importaba, pensó ahora más fría.
- Sí –
contestó
sencillamente –
además
le entregué la
parte superior de mi Kimono para que se tapara cuando acabó
todo – a
lo que añadió
resentido – ¿Te
crees que voy medio desnudo por puro placer?
- Pues no lo había pensado – se rió la joven ahora risueña
como de costumbre abrazándolo
desde la espalda – te
favorece y pensé
que era una nueva moda entre los Samurais – se burló de él – enseñar tu “pecho de lobo” igual que hace Omius –
esto era, obviamente, una pulla humillante e injusta, el joven no tenía
ni un sólo
pelo en el pecho ¡Pero
no era justo compararlo con el fornido guerrero! Temiendo haberlo herido
demasiado le dio la vuelta y se abrazó a él.
- De verdad te parezco más hermosa que ella –
preguntó.
- Sin duda – contestó Kan – ¡Y mucho más peligrosa!
La mujer se hizo la ofendida.
- ¿Peligrosa
yo? –
puso poniendo cara buena – Si
sólo
soy una niñita
buena y sumisa.
Kan la miró atentamente, ahora si parecía
buena… lo
de sumisa habría
que discutirlo. Pero Kan no se dejaba convencer tan fácilmente.
- ¡Qué
genio tienes! –
dijo rascándose
el hombro –
por unas palabritas y casi me matas. ¡Asesina! – rió
La joven se plantó frente a él moviendo los puños de arriba a abajo como si fuera una
adorable boxeadora. Una carcajada surgió de la garganta de Kan.
- Temo preguntarte… – dijo con un susurro de voz.
- Pregunta – sonrió ella contenta
- ¿No
me pegarás? –
dijo él
acariciándose
el hombro.
- No cariño – dijo abrazándolo, contenta de estar en privado y
poder llamarlo como deseara.
- ¿Por
qué te
molesta tanto el tema? –
insistió
Kan – Yo
no le veo ni pies ni cabeza.
Ella se quedó pensativa durante un momento:
- No está bien que un hombre vea desnuda a una
mujer que no es su esposa –
dijo al fin –
puede ser que éste
le pierda el respeto, la deshonre y la abandone – explicó – al menos así me lo explicó mi madre.
Kan quedó con la boca abierta.
- Yo nunca haría eso! – se defendió – ¿Me crees capaz de hacer algo así?
Rosana iba a responder automáticamente que TODOS los hombres eran así,
pero después
de un momento cambió de
idea y contestó:
- No, a tí no te creo capaz de hacer algo así – y
sincerándose
añadió –
pero no puedo dejar de tener un poco de cuidado, es parte de mi ¿Comprendes?
- Supongo que sí – admitió Kan – Pero estamos prometidos! –
exclamó
como si eso lo aclarase todo. –
nos vamos a casar, con lo que no tienes porque temer nada.
La joven quedó anonada por la facilidad con la que él
había
asimilado que se iban a casar, ella aún no se hacía a la idea, aunque si es cierto que le
gustaba mucho. Pero en el fondo ella seguía siendo la hija de un cocinero y él
el hijo del hombre más
poderoso del reino, si la abandonase por cualquier razón nadie diría nada en su contra. Sólo
en ese momento se dio cuenta de que eso era lo que temía, no que la abandonase deshonrada, sino
perderlo. Amaba mucho más a
Kan de lo que quería
reconocerse a si misma.
- Eso tampoco es una seguridad completa –
dijo ella eludiendo el tema que ya le estaba siendo incómodo – además, por eso mismo te he permitido estar
delante de mi cuando me he desnudado, aún estando de espaldas me parece que ya son
bastantes libertades. No creo que mi madre aprobase mucho mi conducta ¡Y
menos mi padre! –
esto era una escusa y ella la sabía, ella era dueña de si misma y poco le importaba lo que
pensasen sus padres, nunca dejaría de hacer algo que ella consideraba que
estaba bien. Rosana no encontraba nada malicioso en los momentos que habían
pasado a solas, ni en el baño
que habían
tomado, mucho menos en los besos que se habían dado. Eran acciones naturales y
totalmente puras e inocentes. Es cierto que había cierto jugueteo entre ellos, pero era
normal entre dos prometidos, lo malo habría sido que no existiese nada de amor en la
pareja como sabía
que pasaba entre parejas mucho más mayores, e incluso, casadas. Eso si lo
consideraba algo malo y antinatural.
Kan había estado pensando durante un momento a la
par que la joven. Al fin dijo sencillamente.
- Entonces nos casaremos.
- Ya sé
que nos casaremos –
contestó la
joven que aún
no había
interpretado correctamente la afirmación del joven – algún día, cuando nuestros padres lo consideren
oportuno y tú no
te sientas forzado por el compromiso lo haremos – y rápidamente aclaró – sé que a los hombres no os gusta
comprometeros, pero yo… – su
voz templó un
momento – yo
te Amo Kan –
dijo al fin haciendo al Comandante el hombre más feliz de la tierra – lo
supe desde el momento en que te vi hace meses sentado como aprendiz en la mesa
de tu padre – y
después
de mirarlo añadió –
pero no quiero que te cases conmigo sólo porque tu madre lo tramase todo para
encontrar una esposa a su hijo. Sé que tú no tenías ni idea de que era así y
temo haberme aprovechado del nerviosismo y el ímpetu de tu madre. – y
sintiéndose
por fin descargada de lo que tanto tiempo había retenido en su pecho añadió – tú
eres el hijo del hombre más
importante del imperio, tienes una gran carrera ante ti y yo no soy más
que la hija de un humilde cocinero, no quiero ser una carga para ti y que en el
futuro me guardes rencor por no haberte dejado cumplir tus sueños.
Te quiero demasiado para hacerte eso. – después añadió – Además estoy segura de que siendo quien eres
tendrás
miles de mujeres dispuestas a casarse con alguien con tu fortuna.
¡Pero
a mi eso no me importa! –
aseguró – Te
quiero porque eres bueno y valiente… porque eres tú. Si fueras pobre te querría
igualmente –
Rosana se calló
porque si fuera pobre quizás
lo querría aún más
pues no tendría
estas dudas que la atormentaban.
Kan estaba paralizado, apenas había
podido seguir el razonamiento expresado a toda prisa por la joven.
- Yo … –
dijo al fin – lo
que quería
decir es que nos casaríamos
hoy mismo – añadió al
fin – así me
ahorraré más
pedradas –
explicó
Rosana, nerviosa como estaba, no pudo reprimir una estruendosa carcajada, tumbó al
chico en la hierba y se rió
feliz mientras lágrimas
de felicidad caían
por su rostro bañando
al joven. Kan se unió
también
al momento de felicidad sin acabar de comprender del todo que le pasaba a la
joven, pero ya estaba empezando a acostumbrarse a aquella extraña
doble personalidad que Rosana parecía hacer gala con él.
- Te quiero – dijo él sencillamente, no esperaba la gran
sonrisa de felicidad que cubrió el
rostro de la joven, decidió
que si esa era la reacción
que causaban en ella esas simples palabras… se las repetiría una y otra vez durante toda su vida.
La joven pareja quedó allí, tumbados en el claro sobre la hierba
horas y horas hasta bien pasado el medio día, no dijeron una palabra, sus ojos
hablaban por ellos. Y eso fue lo único que hicieron durante todas esas
horas. Disfrutar de su mutua compañía, sólo aquello parecía encerrar la máxima de las felicidades.
Otra vez la vida le enseñaba que la máxima felicidad se alcanza de la forma más
sencilla, estando sencillamente tumbado sobre la hierba con la persona amada.
Cuando por fin regresaron a palacio Rosana le preguntó si
les reñirían
por llegar tarde, después
de todo sus padres tenían
que estar preocupados al no saber de ellos durante tanto tiempo.
- ¡Qué
va! –
aseguró el
joven –
Gui nos encontró
justo cuando el sol estaba en su cénit, nos miró un momento para ver si estábamos
bien y después
partió
para avisar a mi madre de que nos encontrábamos sanos y a salvo.
- ¿Me
dormí en
algún
momento? –
preguntó la
joven extrañada,
no recordaba haber visto al alto Samurái en toda la mañana.
- No que yo sepa – contestó el joven y viendo la mirada extrañada
de su futura esposa añadió –
Gui estaba perfectamente camuflado entre unos árboles a nuestra derecha. Era imposible
verlo aunque estuvieses a medio metro de él.
Rosana le miró sorprendida, de sus ojos prendía
una pregunta que el joven no acababa de leer.
- ¿Cómo
lo viste? –
dijo al fin.
- Ah! –
contestó
alarmado –
Bueno…
realmente no lo vi.
- Y entonces como sabes que estaba allí ¿Acaso
te lo imaginas?
- No no! – aclaró el joven – ¡Nunca haría esto! Sencillamente lo sabía. – al
ver que Rosana quería
saber más añadió – es
como un sexto sentido. Estos días
he aprendido muchas cosas, entre otras a no fiarme de las apariencias –
dijo recordando la faz de Chang que supuestamente era totalmente amable y que
en realidad ocultaba la más
profunda de las locuras –
Estos días
he aprendido a fiarme mucho más
de mi “instinto”,
ignoro mis inseguridades y mis miedos y me guio por mi intuición.
Eso fue lo que me salvó la
vida cuando me enfrente a Chang – recordó amargamente – me había cegado con tierra suelta y no le veía –
explicó a
la joven – así
que tuve que fiarme de mi intuición para salvar la vida.
“”últimamente
he aprendido más
lecciones de las que te imaginas. Sólo en estos dos días he aprendido que siempre existe una
salida honesta a una situación,
por muy difícil
que sea.
“”Aún
cuando parecía
que sólo
tenía
dos opciones, matar a mi falsa prometida o morir, descubrí
que realmente SIEMPRE –
dijo resaltando la palabra –
siempre existe una opción
honrosa que conduce al éxito.
“”Cuando
me enfrente a Chang al principio pareció que tenía ganada la batalla, después
se inclinaron las tornas, con lo que aprendí que nunca uno puede estar seguro
completamente de nada hasta que ya lo ha conseguido.
“”También
se aplica esto a lo malo igual que a lo bueno. Cuando parecía
que ya era hombre muerto pude encontrar una salida que me salvo la vida.
“”Siempre
existe una salida honrosa que te dará el éxito.
“”También
tu me has enseñado
algo –
dijo contento de aclarar sus ideas pues hacía tiempo que no podía
hacerlo –
Tanto tú
como la hija de Chang me habéis
enseñado
que no siempre lo que se cree por ‘prejuicio” que es malo, ha de ser malo por
necesidad.
“”Por
ejemplo yo me quería
morir porque me consideraba un infame mientras fingía violentar a la hija de Chang, esta me
hizo ver que incluso aquel acto depravado, en aquellas circunstancias fue para
ella como una bendición,
sospechó
que aún
cuando mis actos no hubieran sido lastimeramente fingidos, la chica lo habría
aceptado con gusto para poder conservar la vida, sin duda algo mucho más
importante que una simple actuación.
“”También tú me
has enseñado
que una misma cosa vista por dos personas puede ser considerado bien por una y
mal por otra. Yo consideraba que estar juntos desnudos, era algo bueno e
inocente. Quizás
sea por mi juventud, pero yo no veo distinción alguna entre que estemos paseando ahora
vestidos a que estuviésemos
paseando desnudos. – La
mujer quedó
ensimismada por la sencillez de los pensamientos del joven –
Quizás
porque soy práctico
por naturaleza comprendo la necesidad de la ropa cuando hace frío,
o de la armadura en la batalla…
pero no entiendo la necesidad de ropa por eso que llaman ‘pudor’ –
después
de hacer una pausa añadió –
sin embargo tú me
has mostrado lo importante que es para ti, tú lo consideras algo malo o sencillamente
impensable.
“”Sospecho
que ambas formas de pensar, tanto la tuya como la mía son totalmente correctas pues sólo
dependen de quien esgrima el argumento a su favor o en contra para que esté
convencido de su necesidad. Unos considerarán más importantes unos puntos que otros
considerarán
simples detalles y…
viceversa.
“”Esto
me ha enseñado
a respetar más
las formas de pensar de cada persona. Lo importante es la bondad del corazón
de la persona en si. Aparte de eso sus costumbres poca importancia tienen, pues
estas son cambiantes de un lugar a otro y al fin y al cabo no son realmente
importantes…
mientras no se haga daño o
perjuicio a otra persona –
aclaró el
joven –
pues la base de la bondad está en
no dañar
a nadie y respetar sus ideas.
“”Hemos
de respetar aún
lo que nos puede parecer ridículo
a nosotros mismos pues de no hacerlo podemos herir los sentimientos de otra
persona.
“”También
he aprendido… de
nuevo –
sonrió –
que la máxima
felicidad se consigue con cuestiones que desechamos en el día a
día.
“”Ayer
he visto la muerte de cerca…
varias veces –
resaltó –
eso me ha permitido darme cuenta de que muchas veces nos preocupamos por
detalles que no tienen importancia y olvidamos disfrutar de cada segundo.
Después
de mirar fijamente a los ojos de su futura esposa continuó:
“”No
hay nada que haga tan feliz como estar al lado de la persona amada. Eso tiene
un valor infinitamente más
grande que las riquezas, el poder o cualquiera de los placeres que nadie pueda
ofrecerme, incluido Chang.
“”Cuando
estuve con la hija del Samurái
Oscuro tenía
delante de mi a una muchacha muy hermosa, dispuesta a satisfacer todos mis
deseos. Tenía
ante mi tesoros de infinito valor a lo que había que sumar tierras y todos los placeres
que puedan llegarse a imaginar. – después de una pausa añadió – sólo un completo imbécil cambiaría un solo segundo con el Amor de su vida
por esos placeres sin importancia.
“”Nada
hay tan importante en la vida como el Amor. Sin embargo el amor sólo
puede disfrutarse al máximo
con corazón
puro que no desee más
que estar cercano a la persona amada.
Sólo
ahora conocía
Rosana a todo lo que Kan había
renunciado por estar a su lado. No sólo casi había muerto en la lucha, también
había
renunciado a todos los sueños
mundanos del hombre normal. La increíblemente hermosa mujer se maravilló de
la bondad y la pureza del joven. Supo instintivamente que eso ya lo hacía
superior a todos los hombres.
Esa pureza se le tornó irresistible y quizás,
sólo
quizás,
fuera la causante de que lo amase con una intensidad tal con la que ninguna
mujer había
amado antes.
FIN